Casa de la Primera Imprenta de América
MI destino está ligado a la difusión del conocimiento. Puede ser que se hayan desviado mis muros de esa vocación, pero el destino no puede evitarse y afortunadamente tarde o temprano el agua vuelve al cauce.
Cuando a esta ciudad se le conocía como la Gran Tenochtitlán formé parte del templo del dios Tezcatlipoca. Cuando llegaron los hombres barbados, destruyeron todo; yo no fui la excepción. Yo que me encontraba al sur del Templo Mayor, terminé en pedazos. El conquistador Hernán Cortés repartió entonces los terrenos del centro de la ciudad a sus soldados destacados. Con las piedras de los viejos templos construyeron nuevos edificios.
El alarife Jerónimo de Aguilar me construyó en 1524 en las calles que en ese entonces se llamaban Martín López y Juan de Cuevas y que hoy se conocen como calle de Moneda y Lic. Primo Verdad, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Jerónimo de Aguilar obtuvo esos magníficos terrenos ya que era cercano a Cortés por haber sido su traductor con Malinalli, o La Malinche como le llaman algunos. Años más tarde aquí se llevaría la fundición de las campanas de la catedral, y se me conocería como La Casa de las Campanas, pero poco después, en 1539, llegaría a mis muros la primera imprenta del continente americano. Y eso me marcaría para siempre.
Una imprenta era un asunto importante y urgente, ya que había una gran demanda de publicaciones para la evangelización. Después de haber recibido permiso del rey Carlos V, el obispo Juan de Zumárraga recibió la imprenta. Esa gran responsabilidad fue encomendada al italiano Juan Pablos quien, dicho sea de paso, curiosamente no sabía leer ni escribir. Vino desde Sevilla acompañado por su esposa después de trabajar con el editor Juan Cromberger.
Mis muros albergaron la primera imprenta no solo del país, sino del continente. El primer documento que se imprimió fue: La breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana que había sido redactado por el propio Zumárraga.
Por haber estado en pie tanto tiempo, he sido testigo de muchos cambios. Pasajes que han marcado la historia del país. Pero debo confesar que pocos momentos han sido tan emocionantes como ver el primer libro impreso y con él, el mar de posibilidades que se abría para comunicación. Hoy es tan fácil comunicar los pensamientos, que quizá no lo vean como un gran evento, pero en esas épocas no era así. La imprenta era entonces un símbolo de la civilización europea, sinónimo de cultura y conocimiento.
El tiempo pasó y mi destino cambió. Las propiedades cambian de manos y yo he tenido varios dueños. Muchos han sido olvidados. En el siglo XVII al monasterio de Santa Teresa de la Orden de las Carmelas Reformadas. Más tarde ya en el siglo XVIII pasé a manos de la Real Orden Militar de Nuestra Señora de la Merced Redención de los Cautivos.
Nuevamente fui testigo de tiempos agitados. En 1847 soldados de las tropas de los Estados Unidos llegaron a ocupar mis muros. Recuerdo el dolor que sentí cuando destruyeron los archivos que guardaba.
Si algo he aprendido es que nada es para siempre y sabía que esa ocupación no sería eterna. Al poco tiempo cambié de manos para ser una vivienda. El siglo XX trajo muchos cambios. Llegó la Revolución y yo pasé a diferentes propietarios que me dieron diversos usos. Fui mueblería, oficinas, papelería y nuevamente un servicio de imprenta.
¡Qué diferentes eran las imprentas ahora! Aunque mis dueños no sabían de mi pasado, a mí me hacía recordar aquella que había llegado de España tantos siglos antes.
Por supuesto que cada vez que cambiaba de dueño cambiaba algo en mí. Cada uno arreglaba, adecuaba y remodelaba mis muros de acuerdo a sus necesidades, lo que resulta lógico. Hoy, básicamente, luzco como en el siglo XVIII pero también conservo elementos anteriores y algunos ajustes que realizaron en los siglos XIX y XX. Al igual de quienes se enorgullecen de sus arrugas, yo me enorgullezco de mis cambios que cuentan algo de mi historia.
El 1988 me adquirió el gobierno federal y me otorgó en comodato a la Universidad Autónoma Metropolitana. Empezaron los trabajos para devolverme a mi antiguo esplendor. Les tenía reservada una sorpresa. Cuando realizaron los trabajos de excavación les permití encontrar un tesoro que había guardado durante muchos siglos: una escultura monumental en piedra de una cabeza de serpiente que habían realizado los aztecas.
En 1994 la Universidad Autónoma Metropolitana abrió mis puertas y espero que así sigan durante muchos años difundiendo la cultura, lo que ha sido la vocación de mis muros por tantos y tantos años.
Twitter: @fernandat
* Tomado de la revista “Contenido”.
No, 595; Fin de año de 2012.
Ventaneando, Viernes 5 de Febrero de 2021.