Periodista.
LA historia artística de Rocío Dúrcal es del todo entendible si comprendemos cómo trabaja la mente de una niña prodigio que dedicó su existencia a vivirla y sentirla en compañía de sus admiradores, trabajando duro desde pequeña, hasta que el destino la apartó de ellos para procurar su salud y así continuar su idilio.
Nace bajo el nombre de María de los Ángeles de las Heras Ortiz en el barrio de Cuatro Caminos de la capital española. Madrileña por nacimiento y durqueña por elección, Rocío comenzó en el canto a una edad muy temprana. Siempre acompañada e impulsada por su abuelo paterno, la también llamada Marieta logró conquistar varios concursos de canto por su gran talento vocal, el cual manejó siempre a su antojo. Hubo veces en las que, a la menor provocación, dejó a más de un incrédulo boquiabierto ante la facilidad con la que lograba expresar su canto, llevándolo a escuchar desde una textura aterciopelada que invita a sentarse para contemplar el recital, hasta un grito desgarrador de dolor que brota del corazón, empujado por un potente diafragma que lograba alargarlo.
A sus quince, la Dúrcal ya contaba con años de experiencia frente al escenario, lo cual fue evidente luego del concurso de TV Española “Primer aplauso”, pues el público pedía que apareciera en otros programas. Esta presencia en la pantalla llamó la atención de Luis Sanz, un reconocido representante artístico que, tras localizarla, se empeñó en pulir su talento, acercándole a sus amigos expertos para que la instruyeran en el baile, actuación y canto. Maestros de la talla de Alberto Lorca, Antonio Gades, Paco de Lucía o Fosforito la guiaron en su proceso plástico hasta hacer de ella una artista completa.
La estrategia planeada por Sanz fue lanzarla en la pantalla grande con un argumento basado y escrito especialmente para ella, lo que permitió que fuera presentada en Iberoamérica como una niña feliz, hermosa y talentosa, un perfil que mantuvo durante toda su carrera. El éxito fue rotundo.
Después de filmar un segundo largometraje, deciden lanzar su primer trabajo discográfico: Las películas de Rocío Dúrcal, una recopilación de las canciones que interpretaba en las cintas, lo que le abrió un nuevo mercado para el cual parecía que había nacido. Siempre fue una mujer de vanguardia y las decisiones que tomaba no eran propias de “una dama que se diera a respetar”, y no por una cuestión de irreverencia, sino por un impulso natural a hacer siempre lo que sintiera, confiada en sus capacidades artísticas y libre de todo prejuicio.
En los setenta, emprendió junto a su esposo Antonio Morales un proyecto basado en la estética de la música disco. Este espectáculo los llevó al México del compositor Juan Gabriel, quien no dudó en invitarla a interpretar sus pensamientos, ya que su canto era lo suficientemente potente y expresivo para sobresalir de entre un mariachi. La fórmula resultó un completo éxito y juntos grabaron muchas de las más emblemáticas interpretaciones de ella, quien con su talento y maestría alcanzaba las notas más peligrosas, paseándose entre ellas para salir engrandecida, siempre con encanto y gran entrega.
Falleció en 2006 tras una larga batalla contra el cáncer, al cual enfrentó de la misma forma que hacía con cualquiera de sus proyectos: con una sonrisa enorme, el optimismo propio de una niña y unas ganas admirables de vivir, para así poder tomar aire una vez más y sacarlo en forma de perfectas notas.
* Tomado de revista mensual
“Relatos e Historias en México”,
Año XII, No. 137; Ene.-Feb. 2020.
Ventaneando, Lunes 20 de Enero de 2020.