NUNCA antes como ahora, quien invoca al Siervo de la Nación tiene al alcance la oportunidad de escuchar y atender la voluntad del pueblo: Si se apura, quizá acredite ante la historia que –en junio de 2021–, fue capaz, por fin, de acatar su condición de mandatario.
Es de dudarse que quien hizo de unas elecciones intermedias una contienda polarizada y bañada en sangre –y un ejercicio para “calar” al ciudadano rumbo al 2024–, lea correctamente que México no quiere poderes absolutos y omnímodos en las manos de una sola persona.
El domingo 6, los mexicanos tuvimos un curso “fast track” de política, partidos políticos y de construcción rápida de contrapesos. Ello permitió emitir un sufragio consciente, libre y democrático para modificar o ratificar el rumbo de la nación. Parece ser que el resultado no será contundente para ningún partido.
Aunque hay que esperar a los resultados definitivos de la jornada electoral del domingo, parece que la mayoría calificada ambicionada por el Ejecutivo no se habrá logrado. No podrá seguir haciendo lo que le venga en gana. No podrá desaparecer al Instituto Nacional Electoral, pese al abierto amago presidencial de centralizar en Gobernación la organización de las elecciones, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Tampoco podrá impulsar reformas constitucionales sobre transparencia, energía eficiente, separación de poderes, educación y salud, entre otras materias.
1.5 millones de ciudadanos convertidos en funcionarios de casilla vigilaron los comicios con un honroso despliegue de civismo y responsabilidad social. Contaron los votos ante representantes de los partidos contendientes. Sería una cachetada ponerlos bajo la picota de la duda desde cualquier podio mañanero.
Podemos afirmar que el Banco de México y sus reservas internacionales permanecerán bajo un manejo independiente, responsable, profesional y serán intocables. Parecería firme la permanencia institucional de organismos con base constitucional como el Inai y la Cofece –en los cuales la 4T ve adversarios–, al ser defensores de la transparencia, rendición de cuentas, la competencia económica y el combate a los monopolios.
El proceso electoral hizo visible al México de la violencia impune: candidatos asesinados, comunidades coptadas por el narcotráfico, amenazas por doquier y prácticas que creíamos desaparecidas, como el robo de urnas y boletas.
Cómo desearíamos que –animadas por un posible nuevo clima–, las fiscalías estatales y la federal enfrentaran a la violencia de sesgo político en defensa del Estado de derecho. Entre los saldos más claros y positivos del 6 de junio está el frenazo a los avances reeleccionistas que requieren reforma constitucional. No pasarán tampoco reformas con dedicatoria personal como la del Fondo de Cultura Económica, la del SAT, la ley Bonilla en Baja California, el transitorio del ministro Zaldívar, todas con el tinte de las cofradías reeleccionistas.
Esta vez el ciudadano le ha dado una lección al gobierno, ojalá este siga el rumbo que le ha marcado la mayoría de los mexicanos, más apegados al paradigma de Morelos que cualquier retórica hueca sobre el privilegio de obedecer al pueblo.
La visita de Kamala Harris completa el agitado ambiente político de la semana. En momentos de acumuladas tensiones en el respeto de los derechos y libertades individuales de opositores y disidentes del gobierno 4T, Biden reitera que su gobierno seguirá apoyando a grupos no gubernamentales o al periodismo de investigación.
¿Cuál será la reacción del presidente? ¿Finalmente aceptará su papel de jefe de Estado? ¿Buscará realmente la reconciliación del país y de sus actores políticos o la confrontación y la polarización que hasta hoy ha provocado?
* Tomado del periódico “El Mañana”.
Reynosa, Jueves 10 de Junio de 2021.
Ventaneando, Lunes 14 de Junio de 2021.