Los jardínes del desierto
Dice la tradición árabe que las palmeras tienen los pies en el agua y la cabeza al Sol
SOBRE la mancha ocre y caliente del desierto, en medio de ninguna parte, se destaca una huella verde y fresca que invita al viajero a quedarse. Es un oasis, el remanso en mitad de un calor infernal. Si alguna vez una palabra ha podido evocar el jardín del Edén es esta: oasis.
Arie Issar, hidrogeólogo y profesor del Instituto Jacob Blausteinm, de la Universidad Ben Gurion del Neguev, en Israel, nos explica que un oasis “es un lugar en el desierto donde emerge una gran fuente de agua”.
Este milagro natural puede originarse por varias causas: capas acuíferas profundas que surgen en un lugar determinado; corrientes superficiales o métodos de riego artificiales, como en los oasis iraníes, que están formados por galerías construidas por el hombre para transportar el agua desde tierras lejanas. Aunque también hay oasis que no tienen otra función que embellecer zonas áridas, como los que encontramos en el desierto de Mojave, en California (EE.UU.).
Pero, para el profesor Issar, no son éstos los oasis genuinos. “Si hay que bombear el agua –dice–, ya no se puede hablar de un oasis. Sólo lo es cuando el agua sale directamente por su propia presión”.
La mayoría se encuentran en el Próximo Oriente (Israel, Arabia Saudita, Jordania), Asia continental (Irán y Mongolia), la India, Australia y, sobre todo, el gran desierto del Sahara, donde, de nueve millones de kilómetros cuadrados que tiene la zona seca más grande del mundo, 200 mil están ocupados por los oasis. Pero lo más importante es que dos tercios de la población sahariana viven en ellos.
Los oasis más importantes están situados cerca del Nilo
Los más fértiles son los egipcios. De hecho, “el Nilo es un puro oasis”, según el profesor Issar. En la zona oeste de Egipto están los de Fayyun, Bahariya, Farafra –muy tradicional, con ramos de palmeras y misteriosas callejuelas como si estuviéramos en la novela de Paul Bowles, El cielo protector–, Dakhla, Kharga, Siua –sus baños de arena son famosos porque, según dicen, quienes padecen reumatismo pueden aliviarlo enterrándose hasta el cuello en sus arenas–, Baharia –el más cercano a El Cairo–, y Jarga.
Este último, con 185 kilómetros de longitud, encierra la mayoría de los vestigios arqueológicos de esa parte del desierto y es uno de los lugares más calurosos del planeta.
Conocieron su época dorada durante la Edad Media y, tras un período de declive, en el que muchos quedaron reducidos a un estado salvaje, se produjo un renacimiento de los oasis. Los primeros que el hombre ocupó se desarrollaron alrededor de los ríos Tigris y Eúfrates, en Mesopotamia, y Nilo, en Egipto. Los egipcios los llamaban ouhat, que significa “olla llena de agua”.
Se desterraba a muchos criminales a estos lugares
Desde la antigüedad, numerosas civilizaciones han vivido en ellos, y también eran la parada obligada de los comerciantes que transportaban mijo, sal, oro y esclavos. En ocasiones, los criminales eran desterrados a estas islas verdes en mitad del desierto.
Su imagen como lugares hospitalarios para el viajero pertenece al mito romántico, pero, en la realidad, los oasis eran un mundo difícil, donde la conquista del agua resultaba costosa. Durante siglos, estos supuestos paraísos emplearon mano de obra cautiva, a la que se remuneraba mediante especias. A partir de los años setenta del siglo XX se modernizaron y perdieron su poesía, pero ahora la vida en ellos es más práctica y realista.
“En muchos de los que hay en la actualidad –dice el profesor Issar–, existe una economía de subsistencia con baja productividad, ya que en la mayoría de ellos se emplea una tecnología primitiva”. Los mejores están especializados en el cultivo del dátil, sobre todo de la especie más apreciada, la deglet nour, que significa “dedos de luz”. Cada palmera produce al año unos 100 kilos de dátiles.
Pero en otros oasis, sobre todo en los de Argelia, ya no hay habitantes, ni gente de paso, ni palmeras, sino sólo campos cultivados. Y es que los pocos lugares del desierto donde existe una gran cantidad de agua son extremadamente fértiles. Muchos de estos oasis están rodeados por exuberantes huertos, que proporcionan excelentes cosechas a las poblaciones fijas allí establecidas, gentes del todo sedentarias que viven de la agricultura.
La sobreexplotación, la salinización de las aguas y la desertización son los problemas más acuciantes que hoy se les presentan. Se trata de ecosistemas muy frágiles, pues el número de especies vivientes –pájaros migratorios, entre otros–, que los habitan es reducido y, por tanto, resulta difícil mantener el equilibrio.
Los mundos desérticos están llenos de pueblos fantasmas donde se ha agotado el agua o donde el oasis ha quedado ahogado por las olas de arena de las dunas.
* Tomado de la revisa mensual
MUY INTERESANTE. Año XIV,
No. 11; Diciembre de 1994.
Ventaneando, Lunes 4 de Julio de 2022.