NOTA DE REDACCIÓN: Se acaban de cumplir 70 años del inicio
del sexenio 1952-1958, presidido por don Adolfo Ruiz Cortines. Sin
duda su mejor legado fue el ejemplo de su honestidad e inequívoca
honradez. En este artículo de hace siete años la escritora Loaeza lo
mostró tal cual fue. Y le recomendó al entonces presidente Peña N.
leyera un libro biográfico del ex mandatario a fin de que asimilara
el Séptimo Mandamiento. Se reproduce hoy aquí el texto por su alto
valor histórico y la incuestionable lección moral que entraña.
“Y seré inflexible con los servidores públicos que se aparten de la honradez y la decencia”, declaró con toda la contundencia del caso y como parte de su discurso inaugural de la toma de la Presidencia en el Palacio de Bellas Artes el flamante presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines. “No permitiré que se quebranten los principios revolucionarios ni las leyes que nos rigen…”
Así mismo, se comprometió cumplir con un “plan de emergencia para poner al alcance del pueblo el maíz, el frijol, el azúcar y el piloncillo; las grasas comestibles, la manta, la mezclilla y el percal”.
Dice la biógrafa de Ruiz Cortines en su libro (Edit. Las Ánimas) que el mensaje era expresado “en tono dramático y sin recovecos, parecía señalar de algún modo los errores de la administración del expresidente Miguel Alemán, presente en aquel evento”.
En su discurso, el político veracruzano, nacido el 30 de diciembre de 1889, habló de gastos excesivos, superfluos e innecesarios. No más corrupción por parte de los servidores públicos. Don Adolfo o el “viejito”, como lo llamaba el pueblo, odiaba la deshonestidad y el despilfarro.
Al otro día de haber anunciado la lista completa de su gabinete, publicó otra más, la de sus bienes patrimoniales. Exigió, igualmente, que los más de 250 funcionarios públicos, hicieran lo mismo. Entre ellos estaban Ángel Carbajal, secretario de Gobernación; Luis Padilla Nervo, secretario de Relaciones Exteriores; Antonio Carrillo Flores, secretario de Hacienda; Carlos Lazo, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas; Ernesto P. Uruchurtu, jefe del Departamento del DF, y Adolfo López Mateos, de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.
Por si fuera poco, ordenó la suspensión de los pagos a los contratistas del gobierno y de un plumazo acabó con el monopolio de la distribución petrolera que poseía el “secretario sin cartera”, el millonario Jorge Pasquel. Lo mismo hizo con muchos de los beneficiados durante el gobierno de Miguel Alemán.
Era tal su obsesión por la honradez que, incluso, “los esposos Ruiz Cortines tardaron un año en cambiarse a Los Pinos, porque la residencia le parecía ostentosa y escandalosamente grande”. Don Adolfo prefería despachar en su casa de Insurgentes Sur, en la calle de Albarrán, o en Palacio Nacional.
“Max (Notholt), el pueblo espera que su presidente sea decente siempre”, le decía a su secretario particular. Dicho lo anterior, don Adolfo, aparte de darle el voto a la mujer, antepuso a sus intereses personales y los de su gabinete, a los altos intereses de la nación.
Por su parte, la primera dama, doña María Izaguirre, menos discreta que su marido y mayor que él: “Una vez al año le regalaba un auto de lujo a los obispos para que sus trabajos de evangelización resultaran más fecundos y menos mortificantes que los de Jesús”.
Hay que decir que en 1948, afortunadamente don Adolfo conoció a una mujer bellísima, la que sería el amor de su vida. Era tan pero tan discreto el ex presidente, que nunca nadie conoció su nombre, ni nunca salió fotografiado con ella. Dice su biógrafa que el primer regalo que le dio a su joven amada, fue un platón de latón colmado de hueva de lisa, tapado con una servilleta de trapo. Feliz de la vida, la enamorada comió el caviar regional de las costas veracruzanas.
Adolfo Ruiz Cortines dejó la Presidencia el 1º. de diciembre de 1958. Tenía 63 años de edad. Para recibir a sus amigos, poder platicar y jugar dominó con tranquilidad, se instaló en una oficina “tan desolada y tan sencilla”, en la Av. Revolución, por el rumbo de Tacubaya. Allí llegaban los más fieles, don Luis Cabrera, don Enrique Rodríguez Cano y Esperancita, su taquimecanógrafa de toda la vida. Cuando no tenía visitas, escribía sus memorias.
En esa época padeció “el dolor más hondo”, la muerte de su hijo. Con el tiempo, don Adolfo se fue haciendo cada vez más hermético y más solitario. El 3 de diciembre de 1973, a las 21:05 horas, murió a los 83 años, pobre pero con la conciencia tranquila. No robó, no traicionó a nadie y siempre fue congruente en su vida, tal y como aprendió de niño en el colegio jesuita, con su preceptor Jerónimo Díaz.
Como bien concluye Esperanza Toral: “Se ganó el cariño y el respeto nacional, porque fue un mandatario patriota y prudente como todo ser humano sabio. Terminó sin riqueza alguna, porque se respetó a sí mismo y respetó al pueblo y sus leyes. Mantuvo la paz no con represión, ni matanzas, sino con trabajo que se tradujo en armonía social y desarrollo nacional”.
Ojalá que Enrique Peña Nieto leyera, y regalara a su gobierno de Navidad, la espléndida edición del libro: Primero las bases: Biografía de Adolfo Ruiz Cortines (Edit Las Ánimas, presentado en la FIL), para que aprendieran a luchar contra el Séptimo Mandamiento: “¡No robarás!”.
* Tomado del periódico “El Mañana”.
Reynosa, Jueves 11 de Diciembre 2014.
Ventaneando, Viernes 11 de Febrero de 2022.