(CRÓNICA DE HACE 26 AÑOS)
EN la historia del Partido Revolucionario Institucional la única elección presidencial complicada, antes de la de 1988 que no fue complicada, sino descarada y desesperadamente fraudulenta, ha sido la de 1952. Todas las demás, las de 1958, 1964, 1970, 1976, 1982 y 1994, tuerto o derecho, fueron pan comido con todo y las fanfarronerías y bravuconadas de Minimiliano Fernández Cevallos en la más reciente.
Pero la de 1952 estuvo precedida de por lo menos tres descalabros internos en el PRI.
Uno, el fallido intento de reelección en favor de Miguel Alemán Valdés, promovido por su secretario particular, Rogerio de la Selva, y por el oficial mayor de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, Armando Z. Ostos.
Vicente Lombardo Toledano, a poco más de un año de haber salido del PRI y fundado ya el Partido Popular, se sumó a las personas y organizaciones que, como Narciso Bassols y Hernán Laborde, escribían en contra de la maniobra reeleccionista, o que organizaban actos en el mismo sentido. Como apabullante advertencia, Lombardo declaró que si Alemán Valdés intentaba reelegirse, las fuerzas revolucionarias y progresistas postularían a Lázaro Cárdenas.
Allí se acabó el sueño reeleccionista, sustituyéndolo por el de la prórroga. Tampoco prosperó. A frustrarlo contribuimos Luz Ofelia Guardiola, Juan Larios y yo, que en una hora tuvimos suficiente para invitar y convencer a miles de estudiantes preparatorianos de Derecho y de Medicina, a los que se incorporaron sobre la marcha los de otras instituciones universitarias del entonces “barrio” estudiantil del centro de la ciudad, a participar en la quema y destrucción de decenas de “arcos triunfales” levantados sobre Paseo de la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo y el Zócalo, por donde pasaría Miguel Alemán en coche, luego de ir y venir del recinto de la Cámara de Diputados, adonde asistiría a rendir su informe de gobierno.
La acción se inició a las 5 de la tarde, empezando por los arcos situados frente a la Catedral, siguiendo con los de Cinco de Mayo. El último que alcanzamos a derribar estaba frente al monumento a Juárez, en la avenida del mismo nombre. Allí nos cerraron el paso granaderos, gendarmes, policías de tránsito y “agentes secretos”. Pero, noticia que corrió como reguero de pólvora, mientras nos correteaban a nosotros, estudiantes del Politécnico salieron de Santo Tomás e iniciaron su labor en el monumento a la Independencia, consiguiendo llegar hasta Reforma y Bucareli. Se acabó la prórroga. 30 de agosto de 1950.
Alemán Valdés pensó, entonces, en un “maximato” y escogió como sucesor a Fernando Casas Alemán. Tampoco se pudo, porque a los anteriores fracasos se añadía la resistencia que hubo dentro del mismo PRI a esa candidatura, demasiado vulnerable frente a las que se perfilaban en las filas opositoras: Miguel Henríquez Guzmán, Vicente Lombardo Toledano, Cándido Aguilar. El “tapado” resultó ser Adolfo Ruiz Cortines.
La elección del 6 de julio de 1952 fue difícil para el PRI. Tal vez, sin necesidad de votos adicionales, la ganó Adolfo Ruiz Cortines. Sin embargo, los sucesos del día 7, iniciados en la avenida Juárez cuando fuerzas del Ejército y la Policía arremetieron contra manifestantes, entre los que me encontraba yo, sirvieron para alimentar la sospecha de que se había escamoteado el triunfo a Henríquez Guzmán.
De allí en más, todo fue miel sobre hojuelas para el Partido Revolucionario Institucional. El tapadismo y el dedazo funcionaron tan bien y con tanta exactitud, como un reloj de uranio.
No que no hubiera forcejeos e intrigas tras las tricolores bambalinas.
A Adolfo López Mateos se le opusieron Gilberto Flores Muñoz y Angel Carvajal. A Gustavo Díaz Ordaz, Donato Miranda Fonseca y Julián Rodríguez Adame. A Luis Echeverría, Alfonso Corona del Rosal y Emilio Martínez Manautou. A José López Portillo, Mario Moya Palencia, Carlos Gálvez Betancourt, Augusto Gómez Villanueva y Luis E. Bracamontes. A Miguel de la Madrid, Jorge Díaz Serrano, David Ibarra, Jorge de la Vega y Porfirio Muñoz Ledo. A Carlos Salinas, Manuel Bartlett, Alfredo del Mazo, Ramón Aguirre, Miguel López Avelar y Sergio García Ramírez.
El tapadismo y el dedazo para la elección de 1994 se definió en su primera fase en favor de Luis Donaldo Colosio, con la oposición soterrada de Manuel Camacho Solís y de Pedro Aspe. En la segunda, desatada por la acción homicida de un trastornado, en favor de Ernesto Zedillo Ponce de León, por encima de Pedro Aspe –sin ninguna posibilidad legal–, y de Fernando Ortiz Arana.
La cita en las urnas del 2000 va a ser diferente para el PRI. De entrada, desde ahora se sabe quiénes pueden ser los posibles candidatos de los dos partidos que pueden disputarle la mayoría de votos. Del PRD: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Andrés Manuel López Obrador y Porfirio Muñoz Ledo. Del PAN: Felipe Calderón Hinojosa, Francisco Barrio y Vicente Fox Quesada. (NOTA de Redacción: Este último inició la alternancia al ser electo en 2000, y su sucesor en 2006 fue el también panista Felipe Calderón Hinojosa).
El presidente Zedillo ha declarado más de una vez a publicaciones extranjeras que no es seguro que el PRI gane las elecciones del 2000, porque las circunstancias han cambiado.
Lo que no está claro es si dentro de ese cambio de circunstancias el presidente Zedillo considera también la supresión del dedazo, es decir, de que él escoja a quien sea el candidato del PRI. Porque lo otro, el tapadismo, ya no funciona.
Por fuerza de las cambiantes circunstancias tan sabidos como los potenciales opositores, allí están los potenciales aspirantes priístas: Emilio Chuayffet Chemor, Francisco Labastida Ochoa y Guillermo Ortiz Martínez, hasta el momento.
* Tomado de “Revista de Revistas”.
Semanario del periódico “Excélsior”.
No. 4458, Noviembre de 1997.
Ventaneando, Reynosa, Martes 2 de Mayo de 2023.