Periodista.
Una expedición marítima de Bermudas a Nueva York, de 500 millas náuticas, revela la realidad plástica que se esconde a plena vista en los mares del mundo.
DESDE las profundidades del océano hasta el espacio sideral, los polímeros derivados del petróleo nos han ayudado a llegar a donde nunca imaginamos, haciendo nuestras vidas más cómodas, eficientes e interconectadas.
Sin embargo, la sobreproducción, falta de prevención, indiferencia y un vacío en la administración de la basura han generado una preocupación cada vez mayor por la crisis ambiental que podría derivarse de los más de cinco billones de piezas plásticas que flotan a la deriva en los mares del mundo.LAVEGAR ÑA del orbes y transformipor el brigadier icano se cubricia de M
Marcus Eriksen, hombre de talante serio, es director de investigaciones y cofundador de 5Gryres, instituto de investigación sobre la contaminación con plásticos. Ha realizado 15 expediciones alrededor del planeta para recabar información sobre el microplástico en los océanos como una herramienta para promover nuevas y mejores políticas ambientales.
Durante su decimosexta expedición, acompañamos al equipo en una ruta que inició en Miami y partió hacia las Bahamas, donde se realizó un relevo de pasajeros rumbo al siguiente destino: las islas Bermudas.
Ahí nos unimos a la tripulación para zarpar hacia Nueva York y dar fin a la travesía. Navegamos más de 500 millas náuticas durante seis días, arrojando redes de arrastre diseñadas para muestrear la superficie marina y poder calcular la presencia y degradación del plástico en el mar.
La información se compartirá con estudiantes e investigadores para incentivar la discusión sobre esta amenaza en ciernes. “Invitamos a la gente para que ayude. La educación es clave para comprender el problema y reconocer que nuestra vida diaria realmente afecta los océanos”, concluye Eriksen.
El manejo de los desperdicios afecta cada rincón del planeta. México ocupa el décimo lugar en producción de basura (2.8% del total mundial): Más de 40 millones de toneladas al año (99 000 toneladas diarias), de las cuales casi cuatro millones son de plástico. Por sí mismos, la Ciudad y el Estado de México producen 30 000 toneladas de basura en un año, tiempo en el que, en todo el país, se reciclan poco más de cinco millones de toneladas, según la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
Además, México es el mayor consumidor de agua embotellada del mundo, con más de 9 000 millones de botellas de plástico anuales. Según la Asociación Nacional de Industrias del Plástico, cada mexicano desecha 6.5 kilogramos de PET –200 botellas-, al año.
A nivel regional, América Latina produce 12% de la basura en el planeta: más de 150 millones de toneladas anuales (450 000 toneladas diarias). Según datos del Banco Mundial, la región produce entre uno y 14 kilogramos de basura per cápita al día. Hace 20 años, estas cifras eran 60% más bajas. Hoy todas van en aumento.
“Casi todo el plástico que se ha creado aún existe en algún lugar. Se necesita la información para saber cómo y dónde actuar, desde el diseño de los productos hasta su desecho responsable, incluidas las nuevas tecnologías –dice Eriksen–. De los cinco billones de piezas en el océano, 92% son más pequeñas que un grano de arroz. Es como esmog plástico que lentamente cae a las profundidades”.
Cuando llegamos a Saint George, Bermudas, un paraíso de sol y arena se revela ante nosotros; sin embargo, una realidad incómoda se esconde tras la hermosa postal que presentan estos paisajes caribeños: todas las playas en estas islas –y en la mayor parte del mundo–, albergan pequeñas piezas de plástico que constantemente expulsa el océano.
Por ello, la organización realiza muestreos en tierra para calcular la dispersión de microplástico –partículas menores a cinco milímetros– y comprender cuánto llega a las costas. Así, delimitamos retículas de un metro cuadrado a lo largo de la playa para recolectar la capa de arena superficial y depositarla en un balde con agua. Luego filtramos todo en platos con redes, donde quedan las partículas para su registro.
Tras días de muestreo, limpieza de playas y pláticas en el Instituto de Ciencias Oceánicas de Bermudas, el Mystic, una goleta de tres mástiles y 50 metros de longitud está listo para zarpar. En el trayecto arrojaremos dos tipos de redes diseñadas por Marcus que recorrerán el área de una cancha de futbol americano por cada hora de muestreo, cerca de 5 000 metros cuadrados.
Al sonido de la bocina de señales, nos ponemos en movimiento mientras las islas empequeñecen en el horizonte. Así inicia el incesante vaiven sobre las olas. Una hora después no se ve atisbo de tierra. El capitán ordena apagar los motores y desplegar las velas en los mástiles para aprovechar el viento a favor. Cae la primera red, los tripulantes aplauden emocionados.
La muestra trae consigo una bolsa, un trozo de cubeta y una envoltura de golosina con otras piezas pequeñas. “Con estos datos es posible crear un modelo que explique dónde y cómo se acumulan estas partículas –dice Marcus al preparar la red para lanzarla de nuevo al agua–. La idea sobre las mal llamadas islas o parches de basura no representan el problema. Las corrientes mantienen el desperdicio en los giros oceánicos hasta triturarlo y asentarlo en el lecho marino, como si callera nieve”.
El tiempo transcurre entre contemplación y pláticas. Los investigadores discuten sobre reciclaje y sobreproducción, y Mike Biddle, ingeniero químico de la Universidad de Stanford, en California, tiene un panorama más amplio: “Trabajé con fibras ópticas y plástico de uso aeroespacial en los años ochenta. Luego quise revertir el negocio a favor del medio ambiente y emprendí por mi cuenta”, dice. Hoy, Mike es fundador de MBA Polymers; pionera en el reciclaje de plástico, procesa más de 300 toneladas al año para fabricar productos nuevos e impulsar una economía circular.
Al escuchar, Ryan Martin, químico de polímeros de la Universidad de Florida, añade: “Estas innovaciones tendrían mayor alcance con un diseño de recuperación. El logro de Mike es asombroso, aunque insuficiente. Los productores necesitan pensar en la vida de las mercancías. Hay que desecharlos de forma consciente con el entorno”. Y es que la reutilización del plástico no se compara con otros materiales. 58% de papel y hasta 90% de metales se reciclan, contra, por ejemplo, solo 14% del PET.
“La mayoría de los plásticos se elaboran con combustibles fósiles que no permiten la desintegración natural, pero cada vez hay más interés en los polímeros naturales y biomateriales –explica–. Hoy se pueden fabricar productos a partir de algas, azúcar o celulosa. Según la Asociación Internacional y Grupo de Trabajo de Polímeros Biodegradables, 10% de los plásticos empleados en electrónica pueden ser reemplazados con biopolímeros. “Solo falta crear la demanda para sustituirlos”, dice.
Al ver cómo emerge otra red salpicada con pedazos plásticos, todos están de acuerdo en que el primer paso es detener el flujo de desperdicio. “Cuando lo hagamos, el sistema dinámico y gigante que es el mundo sanará por sí mismo; si dejamos de dañarlo”, comenta Marcus al lanzar la red que se quedará durante la noche.
Así pasan los días, recolectando y categorizando decenas de muestras, desde pequeñas partículas hasta pedazos grandes y otros objetos de mayores dimensiones.
Nos encontramos a casi 500 kilómetros de cualquier isla o costa, con la tierra firme más cercana a cinco kilómetros bajo nuestros pies. Incluso aquí, el plástico está presente.
Seis después de zarpar de Bermudas, vemos tierra en el horizonte. Una línea de edificios se perfila mientras nos acercamos a la costa de Nueva York por el río Hudson. Decidimos subir al mástil, a más de 30 metros sobre la cubierta, para ver cómo se acerca el perfil de la ciudad, el One World Trade Center y la Estatua de la Libertad custodiando desde su altura en medio del sonido urbano que ahora nos cubre por completo.
Pero, tras una hora en el río, esa postal icónica se ve opacada por el espectáculo sombrío que arroja la última red de muestreo: heces, tampones, colillas, condones, bolsas y sí, más plástico.
Los datos corroboran que, debido a la densidad poblacional, las ciudades son los principales puntos por donde la contaminación sale hacia los mares. Desde urbes como esta, en cada uno de los continentes, estamos plastificando el planeta.
Existen alternativas: En el Royal College of Art de Londres inventaron una botella-membrana comestible, biodegradable y de fabricación casera, a partir de algas y cloruro de cálcico. Con ella, la sobreproducción y el desperdicio de PET podría disminuir. Por otro lado, investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México hallaron bacterias Alicycliphilus sp. capaces de digerir el plástico y degradarlo de forma natural, una esperanza para limpiar los mares.
Además, Indonesia apuesta por bolsas biodegradables y resistentes a base de yuca, mientras que en Egipto se desarrolla bioplástico con quitosano, compuesto presente en los crustáceos.
Romper la envoltura de una cultura desechable requiere soluciones complejas, en especial en una región complicada en la que, muchas veces, el plástico es el material del que están hechos la mayoría de los objetos que la población más pobre se puede permitir. Se necesita educación, voluntad política, empresarial, social y personal, además del desarrollo de alternativas sustentables para acercanos a un planeta menos plástico.
* Tomado de la revista mensual
NATIONAL GEOGRAPHIC.
Editorial Televisa, SA de CV.
Junio de 2018.
Ventaneando, Lunes 13 de Agosto de 2018.