Teníamos dos opciones: Estar calladas y morir o hablar y morir.
Decidimos hablar
Malala Yousfafzai.
VOY a seguir matando mujeres, declaró Juan N, tras confesar su responsabilidad del asesinato de 20 mujeres en el municipio de Ecatepec: “No creo salir de esta, pero si salgo voy a seguir matando mujeres porque las odio”, reafirmó el homicida, que aseguraba estar limpiando al mundo.
De solo escribirlo un dolor se clava en mi estómago. ¿Qué hemos hecho como sociedad para convertir a un ser humano en un asesino lleno de odio? ¿Dónde, en qué momento este mundo se pudrió de tal manera que se mata impunemente a las sustentadoras de la vida?
Y por desgracia Juan N. no es el único. Las noticias en todo el mundo están impregnadas de esta violencia hacia la mujer. Cotidiana, recurrente, letal, incluyendo nuestro país, donde el crimen se enseñorea desde hace años. Los números son devastadores: 8 de cada 10 mujeres mexicanas señalan que han padecido violencia y maltrato cotidiano, tanto en pareja como laboral. Y si de feminicidios hablamos, la cifra es aterradora: seis mujeres al día son asesinadas en nuestro país. Y no son sólo números, pues con ellos hay un cadáver que algún día amó, creyó y tuvo sueños como cualquier mujer.
Veo, leo, analizo lo que representa ser mujer en estos tiempos de violencia femenina y luego, sencilla y llanamente, pienso en mí y en tantas mujeres que ayer, hoy y siempre somos, estamos en medio del miedo, pero también con valor para celebrar la vida. Y digo mujer y pienso en mis abuelas, en sus manos que hacían las mejores tortillas de harina o sembraban las dalias más bellas, pero también en su valor, para criar hijos buenos en la adversidad, con férrea voluntad, cotidianamente, con amor sin límites.
Piense usted, cuántas mujeres como ellas, todos los días hacen esta labor tan ignorada de forjar seres humanos, no solo alimentando sino alentado lo mejor de la vida.
Y escribo la palabra mujer y pienso en mi madre, que aun dentro de una cultura machista, nos formó a 5 mujeres, rodeadas de libros y libres para elegir nuestro destino. Y recuerdo mi infancia, mi adolescencia, mi elección de una carrera “para hombres” y yo arriba del tractor, no sin miedo; pero dispuesta a luchar por lo que elegí. Digo mujer y viene a mi mente la palabra “parto”, ese momento fundacional cuando la mujer crea y alumbra la vida. Y pienso en mis partos, naturales, sin anestesia, con dolores profundos, con miedo, con ansia y al final exhausta pero feliz de ver una nueva vida palpitando, cambiando la mía para siempre.
El parto que es un acto de vida y en tiempos prehispánicos era glorificado, pues consideraban a las parturientas como guerreras que en el parto emprendían la gran batalla por la vida. Todos venimos de ahí, todos venimos del dolor de mujer, de leche de mujer, de madre. Y al decir madre pienso en las miles que lloran a sus hijos desaparecidos, a sus hijas violentadas y también en las que esperan a sus hijos todos los días con la comida lista, con el amor a cuestas y muchas veces con miedo a que no regresen.
Mujeres, siempre mujeres. Mujeres agobiadas por la discriminación, por los estigmas, por las exigencias, como la estudiante de una prestigiada institución académica que recién se suicidó.
También las mujeres notables que transitan en un mundo de machos y las que nadie nombra pero sostienen la vida en cada uno de sus pasos. Mujeres dadoras y sustentadoras de la vida, pero sujetas a un machismo que mata cotidianamente. Y para ejemplo está Juan Carlos N, ambulante de Ecatepec, pero también Juan Carlos N, alto ejecutivo, igualmente violento pero con dinero para comprar la justicia.
Hombres nacidos de mujer y matando mujeres, cada día, sin tregua. Y también pienso en las que mueren en vida, gota a gota, como ella, que hace unos días me confesó, ya viuda y bisabuela, haberle aguantado todo al marido por no atreverse a la libertad. Porque la violencia también pega sin sangre. Pienso en todas, en tantas, en las que venden caro su amor y también en las que dan todo por amor. En todas, en las que valerosas alzan la voz y en las que callan tanto, en las que se unen para luchar (Bravo Morritas) y en las indiferentes ante el dolor de las otras. En todas, con sus luces y sus sombras, pero ninguna merecedora de violación, de violencia, de muerte.
Piense usted en mujer, lo invito, la invito. La que lo meció en la cuna, la que lo amó sin reservas, la que caminó a su lado. Pero también piense en las acosadas, las violentadas, las desaparecidas, las víctimas del odio. En todas, quienes pese a todo siguen sosteniendo la vida. La violencia contra la mujer es asunto de todos. Se va la vida en ello.
* Tomado de “El Mañana”, Reynosa.
Martes, 17 de Diciembre de 2019.
Ventaneando, 13 de Enero de 2020.