COMO era de esperarse, el combate a la corrupción desde Los Pinos fracasó. La inútil Secretaría de la Función Pública, inventada como Secretaría de la Contraloría por el presidente Miguel de la Madrid en 1982, fue suprimida treinta años después. Misión imposible: la corrupción no era una plaga del sistema político mexicano, era el sistema.
Nunca hizo falta una burocracia adicional para atrapar a los funcionarios corruptos. Se sabía quiénes eran, y estaban advertidos; no para encarcelarlos, sino para tenerlos chantajeados y sumisos. Lo importante era el respeto al principio estructural del sistema: El Supremo Árbitro es el dueño del queso. A su arbitrio lo parte, lo reparte y se queda con la mayor parte.
Siempre se supo que crear trámites crea oportunidades de extorsión. De buena o de mala fe, sirven para que nadie pueda hacer nada sin permiso. Hasta la sociedad contribuye diciendo que esto y aquello no deberían permitirse. Los dueños del poder responden encantados a las demandas populares. Crean nuevos y más perfectos enredos.
Así respondió Miguel de la Madrid al clamor contra la corrupción que escuchó en su campaña presidencial. Prometió una “renovación moral de la sociedad”. Organizó foros de consulta sobre el tema. Contrató expertos para diseñar un arma nunca vista. Y le entregaron la Carabina de Ambrosio: una contraloría interna que, supuestamente, acabaría con la corrupción reduciendo los trámites y haciéndolos depender de un segundo piso de metatrámites.
El contralor nunca perdió el respeto a las jerarquías. Otro secretario de Estado contaba socarronamente que, ahora sí, todo se renovaría. Que le hablaron de la Contraloría para ver a quién quería que le asignaran para vigilarlo… El respeto fue evidente cuando el Washington Post del 15 de mayo de 1984 publicó que don Miguel tenía en cuentas suizas 162 millones de dólares (“México makes its presidents millionaires”). El contralor no dijo pío. Se comprende que en treinta años no cayera un solo pez gordo: puros charalitos –como dijo el contralor.
Ni el poder ejecutivo, ni el legislativo, ni el judicial, han demostrado capacidad de autodepurarse. El combate a la corrupción tiene que ser emprendido por la sociedad desde abajo y desde afuera. Los simples ciudadanos deben empezar por los charalitos. Los peces gordos pueden ser enfrentados por la gran prensa, las grandes empresas, los intereses extranjeros y los peces gordos contrarios. Lo que está al alcance de grupos voluntarios es sanear dependencias menores con una acción externa eficaz y tenaz.
Hay que multiplicar los grupos participantes, especializarse y estudiar los métodos de presión. Por ejemplo: un grupo especializado en acabar con las mordidas de tránsito pudiera idear una calcomanía para automóviles que dijera: “No doy mordida”. Seguramente encontraría ciudadanos dispuestos a asumir la responsabilidad y los riesgos de hacerlo.
Hay antecedentes favorables. Una empresa con miles de camiones repartidores, harta de que sus choferes pagaran (o dijeran pagar) mordidas que había que reembolsarles, ordenó que no las pagaran, aunque se llevaran la unidad al corralón o la delegación. Desenlace inesperado: corrió la voz entre la policía de tránsito y, como los camiones eran fácilmente identificables, los mordelones prefirieron ignorarlos. Pero no sería igual para simples automovilistas. Tendrían que estar dispuestos a perder muchas horas. Se expondrían a que los vándalos dirigidos por las autoridades dañaran los automóviles que ostentaran la calcomanía. Hay que buscar otros métodos.
Alguna vez propuse hacer una Enciclopedia de la mordida en México que detallara dónde, cuándo y cuánto hay que dar, como las guías turísticas informan sobre las propinas. Hoy es posible construir algo mejor, gracias a los celulares con acceso a Internet, el periodismo ciudadano, la programación que integra reportajes colaborativos y el ejemplo de la Wikipedia.
En Kenia, un grupo de voluntarios creó una plataforma digital (www.ushahidi.com) que permite integrar y presentar información dispersa recogida por voluntarios, interactivamente. Usa los mapas de Google para presentar la información. Funcionó por primera vez en 2008 para recoger testimonios (ushahidi) sobre la violencia en el país. Pero pronto se desarrollaron otras aplicaciones, por ejemplo: atender rápidamente el desastre creado por un ciclón. La plataforma ha sido reconocida por el Banco Mundial y el Foro de Davos.
Otros voluntarios la aprovechan desde 2010 para exhibir la corrupción en la India. Ramesh Ramanathan fue un alto ejecutivo del Citibank en Londres que decidió volver a su patria y lanzarse como empresario social. Creó una microfinanciera. Además, con su mujer, creó un centro para promover la participación ciudadana en la solución de los problemas urbanos; y, dentro del centro, crearon un portal de denuncias (www.ipaidabride.com) que ha tenido repercusión internacional (The Economist, Forbes, Businessweek) y ha estimulado iniciativas semejantes. En el portal se publican denuncias anónimas que especifican la cantidad pagada, fecha, ciudad, oficina, circunstancias. También denuncias de mordidas no pagadas (y las consecuencias). También testimonios sobre funcionarios eficaces y honestos. Además, suben videos de noticieros con denuncias que fueron noticia. En Colombia existe un portal semejante (http://monitordecorrupción.org).
Quizá fuera mejor tener portales especializados para cada dependencia, por ejemplo: mordidas que se pagan a la Secretaría de Hacienda en las aduanas, o a la Secretaría de Gobernación en las cárceles; o para cada circunstancia, por ejemplo: permisos de construcción, venta de plazas laborales, venta de calificaciones escolares; o por tipo de extorsionado, por ejemplo: paisanos que vuelven de visita al país, automovilistas.
Habría que empezar por las mordidas más frecuentes y de monto menor, porque son más fáciles de compilar significativamente, porque afectan a más personas y porque suprimirlas no tiene un costo político excesivo (los jefes perderían control mafioso, pero ganarían oportunidades de adornarse).
Construir mapas urbanos donde se pongan banderolas en los lugares más corruptos, con todos los detalles, exhibiría a las autoridades y tendría consecuencias. Que desaparezcan las mordidas de tránsito, por ejemplo, es perfectamente posible y tendría un efecto multiplicador: una vida más digna de respeto para los policías, un ejemplo estimulante para otros grupos voluntarios y un mejor clima social: la satisfacción de vivir en un país que mejora.
* Tomado de la revista “Contenido”.
No. 597; 15 de Febrero de 2013.
Ventaneando, Viernes 18 de Diciembre de 2020.