EN una decisión que sacudió los mercados, el tipo de cambio y las relaciones bilaterales, el presidente Donald Trump apenas tomó el poder el pasado 20 de enero firmó una orden ejecutiva con el fin de imponer un arancel del 25% a las importaciones provenientes de México, que entraría en vigor a partir de marzo del 2025.
Lo justificó como una medida para reducir el déficit comercial de 130 mil millones de dólares, que es favorable a México, y además para presionar al gobierno mexicano en temas migratorios, de narcotráfico y seguridad fronteriza.
Esta acción, además de generar incertidumbre en el sector empresarial de ambos países, amenaza con desatar una guerra comercial con repercusiones económicas significativas para ambas naciones. Afortunadamente la prudencia prevaleció y se abrió una pausa de un mes para evaluar resultados del gobierno de México, en cuanto a temas prioritarios para ambos países.
México, siendo el principal socio comercial de Estados Unidos en los últimos años, enfrenta un escenario complicado. En 2023, el comercio bilateral entre los dos países superó los 850 mil millones de dólares, con Estados Unidos exportando a suelo mexicano productos por el orden de los 362 mil millones de dólares, y México enviando productos clave como autopartes, maquinaria, productos agrícolas, electrónicos, entre otros, por el orden de los 495 mil millones de dólares. Un arancel del 25% podría encarecer estas exportaciones, reduciendo su competitividad y afectando gravemente a los sectores más dependientes del comercio exterior en el país.
Los primeros en resentir este golpe serían los productores y exportadores mexicanos, quienes verían un aumento en los costos de sus productos para los consumidores estadounidenses. La industria automotriz, con plantas de ensamblaje en México que dependen de la exportación, es una de las más vulnerables. Este sector, que representa cerca del 3% del PIB mexicano y genera cientos de miles de empleos, podría enfrentar una contracción severa si las empresas optan por reducir su producción o trasladar sus operaciones fuera del país.
Además, el impacto no se limita a las grandes corporaciones. Pequeñas y medianas empresas que dependen del comercio con Estados Unidos también se verán afectadas, lo que podría derivar en despidos masivos y una desaceleración del crecimiento económico.
Aunque la medida de Trump busca proteger la industria estadounidense, sus efectos pueden ser contraproducentes. La imposición de aranceles no solo encarecería los productos mexicanos, sino que también afectaría a las empresas estadounidenses que dependen de insumos importados. La industria automotriz estadounidense, que ensambla vehículos con autopartes mexicanas, vería un aumento en sus costos de producción, lo que podría traducirse en precios más altos para los consumidores.
Asimismo, sectores como la agricultura también sentirían las consecuencias. Estados Unidos es uno de los principales compradores de aguacate mexicano, con importaciones por el orden de los 3 mil millones de dólares. Además, compra a México berries, entre otros productos agroalimentarios, muchos de los cuales pasan por el puente Reynosa-Pharr.
A su vez, México es el principal comprador de maíz, por el orden de los 5 mil millones de dólares, amén de otros productos agrícolas estadounidenses. Un incremento en los costos de exportación podría llevar al gobierno mexicano a imponer represalias, como aranceles a productos agrícolas de Estados Unidos, afectando directamente a los agricultores del Medio Oeste, una base electoral clave para Trump.
El riesgo de una guerra comercial entre ambos países es real. México podría responder con medidas similares, aumentando aranceles a productos estadounidenses en sectores estratégicos, lo que desataría una escalada de represalias económicas.
En el pasado, cuando Trump amenazó con aranceles generalizados en 2019, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador optó por la diplomacia y cedió a varias exigencias en materia migratoria para evitar el impacto económico. Sin embargo, el contexto político y económico ha cambiado. Con una economía más diversificada y mayor protagonismo en acuerdos comerciales internacionales, México tiene más herramientas para resistir la presión.
Además, la comunidad empresarial en Estados Unidos podría convertirse en un obstáculo para la política arancelaria de Trump. Grandes corporaciones han expresado su oposición a medidas proteccionistas que afecten la cadena de suministro. La Cámara de Comercio de E.U.A. y diversas asociaciones industriales han advertido sobre el impacto negativo de estos aranceles, lo que podría generar presiones internas para revertirlos.
El futuro de la relación comercial entre México y Estados Unidos dependerá de la respuesta del gobierno mexicano y de la capacidad de negociación entre ambas naciones. Una estrategia eficaz debería incluir diplomacia activa y la búsqueda de aliados dentro del sector empresarial y político estadounidense para demostrar que los aranceles perjudican a ambas economías.
Además, el gobierno de México que encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum podría acelerar la diversificación comercial y fortalecer el comercio con otras regiones para reducir la dependencia de Estados Unidos. A la par, es crucial seguir con el Plan México e invertir en infraestructura y políticas que fomenten el crecimiento del mercado interno para mitigar los efectos de cualquier conflicto comercial.
El riesgo de una guerra comercial está sobre la mesa. Sin embargo, la historia ha demostrado que cuando ambos países dialogan y negocian, los beneficios mutuos superan las confrontaciones. En un mundo cada vez más interconectado, el proteccionismo solo genera más incertidumbre y menos crecimiento.
*Tomado del tabloide quincenal “Hora Cero”.
Reynosa, Año 26, No. 647; Febrero de 2025.
Ventaneando, Lunes 10 de Marzo de 2025.