HAGAMOS POLÍTICA
En el pluralismo hay pugna, contienda, debate, diálogo
o, como señala Paul Saint Víctor, altercado; sin
embargo, a veces la intención es convencer a la gente
de que la política es un juego sucio y actividad solo
para unas cuantas personas.
JULES Renard, a quien se criticó por haber aceptado una postulación como alcalde de su pueblo, al momento que le dijeron: “Dejad eso a nosotros, si supieses lo sucio que es”. “¡Pues hagamos política limpia!”, les contestó.
Hablado esto, lector, y en otro tema, de poco sirve promover una conciencia común a la incertidumbre ocasionada por el gasto en armas, proponiendo que en su lugar ese dinero se use en fomento del desarrollo humano. En este instante la carrera armamentista transita por un momento de abundancia a causa de numerosos conflictos de carácter bélico que por diversas razones se localizan en el globo. Incluso en territorio de nuestros vecinos al norte del río Bravo, cuyo régimen de prevención dispone de variados recursos, se originan con frecuencia masacres en sitios públicos como comercios, escuelas, universidades, clínicas hospitalarias, empresas, etc.
La exigencia de leyes más estrictas para la venta y posesión de armas se eleva conforme se dan tiroteos, pero todo queda en el inconsciente colectivo, como último ruego.
Barack Obama durante su presidencia apoyó a los manifestantes que en las calles exigieron un mayor control de armas. Dijo: “nos están impulsando hacia el futuro”. Pero casi enseguida la Casa Blanca publicó una fotografía de Obama con una escopeta practicando el tiro deportivo en los jardínes de la sede presidencial. Esa imagen y la sutil revelación de que el líder demócrata desde su juventud conoce el uso de las armas de fuego, insinúa la trabazón que hoy existe entre la ética y la economía.
Hay que considerar la eventual repercusión de esto en un lugar donde por poco dinero es posible adquirir una pistola, un rifle o un revólver, así como las balas que se desee. Pero en todo caso, el dilema pertenece a las matemáticas, como corresponde al ámbito del fluido mágico tan indispensable como el aire y el agua llamado dólar, en el que se mueve el “civilizado mundo moderno”.
Lo único necesario es convencer, declaran observadores, a millones de personas de que tal vez no sea un crimen lanzar un misil donde morirán “tres mil desconocidos”, si mediante ello se da la vida –el sustento diario–, a “seis mil trabajadores” en las fábricas de armas (incluido su manejo y transporte). Es decir, si “tronando” a un millón se da de comer a dos millones… nadie negará que la cosa es “rentable”. “Incluso moral”. Excepto, claro, que se halle otra forma de solucionar el problema de cientos de miles de “pobres” que produce la economía.
Alguno dijo que si los principios del pacifismo se pusieran en práctica de manera congruente, nunca se dispararían los misiles. Dicho de otro modo, si adquirir un arma fuera mucho más complicado que para un menor comprar una cajetilla de cigarros en la tienda de la esquina, en casa del Tío Sam dormirían más tranquilos, porque da la impresión que desean acabarse los unos a los otros.
En el debate para hallar la forma de contener en lo posible el gran número de masacres como se dan, participan, por un lado, organizaciones como la Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés), que bajo el argumento de que el hombre es un animal de lucha, defiende el derecho a adquirir y portar un arma, en apego a la Segunda Enmienda. Y por el otro, ciudadanos que critican y se oponen a este determinismo con la idea de que “al hombre es a quien le toca decidir si peleará como asesino o de acuerdo con las reglas que limiten el uso de la violencia o suprimiéndola del todo”.
En un país donde existe mayor número de armas que habitantes (se estima que hay 298 millones de armas legales en manos de civiles), la amenaza para la vida de sus ciudadanos parece cercana.
La producción, venta y distribución de armas es una empresa tan socorrida y su margen de ganancia tan atractivo, que no hay argumento ético o moral que frene la glotonería comercial. Esto que podría catalogarse como una forma de locura o un acto de ambición desmedida, merecedor de desprecio, configura la personalidad del hombre moderno. El único antídoto es el renacimiento del humanismo como forma de vida.
* Tomado de “El Sol de Tampico”.
Sábado 11 de Junio de 2022.
Ventaneando, Lunes 25 de Julio de 2022.