NOTA DE REDACCIÓN: Este artículo apareció publicado en víspera
del quinto viaje a México del papa Juan Pablo II, en julio de 2002, cuyo
principal motivo fue proceder a la canonización del indio Juan Diego.
Esta se consumó el día 31 de ese mes y año, en la Basílica de Guadalupe.
EL fenómeno guadalupano ha sido esencial para dar forma al conjunto de ideas que los mexicanos han tenido y tienen sobre su país, su religión y su carácter como pueblo mestizo. En cuanto al primero, es conveniente imaginarnos los sentimientos de los grupos sobrevivientes a la Conquista (y después al llamado “desastre demográfico” que diezmó su población en los 100 años posteriores a 1521).
México-Tenochtitlan no existía ya como Estado, y la Nueva España era sin duda un concepto útil para los españoles, pero no para los indígenas. El culto guadalupano aglutinó entonces la idea de pertenencia a una nación, elemento que conservó hasta la Independencia –pensemos en Miguel Hidalgo y el estandarte guadalupano–, e incluso hasta nuestros días.
Respecto a la religión, contexto específico de las apariciones de la Virgen, puede afirmarse que el evento guadalupano dio forma a la manera en que los mexicanos católicos rinden culto. Sin negar la importancia de la Trinidad, es un hecho que éstos prefieren la mediación de la Virgen, a quien ven como una madre dulce y cercana que los conoce y comprende, y no a una divinidad cuyo modo de operar no siempre les parece claro.
En cuanto al carácter mestizo del pueblo mexicano, los rasgos mismos de la Virgen en la imagen que se venera en la basílica dan legitimidad a algo que las autoridades españolas de los siglos XVI y XVII no veían con buenos ojos: la mezcla de las razas europea e indígena.
EL PAPEL DE JUAN DIEGO
Pensemos brevemente en lo que representa Juan Diego en el relato guadalupano, según lo narra la fuente primaria del mismo, el maravilloso Nican Mopohua (título que significa Aquí se narra). Este documento fue publicado en 1649, pero los creyentes lo consideran una transcripción de otro redactado tal vez hacia 1540, a pocos años de 1531, fecha que se asigna a las apariciones.
En el Nican Mopohua Juan Diego se nos presenta como un indígena humilde y obediente (“yo mismo necesito ser conducido”) que debe convencer al poderoso obispo Juan de Zumárraga de que ordene la construcción de un templo en honor de la Virgen en el cerro del Tepeyac. La humildad y docilidad de Juan Diego no nos extrañan porque, de hecho, nuestra idea del indígena se ha construido en gran medida a partir de ese estereotipo.
Sin embargo, su participación es indispensable para que se cumplan los deseos de la Virgen, quien le dice: “Ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros (…) pero es muy necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer…”
Los posteriores esfuerzos infructuosos de Juan Diego por convencer al obispo son el eje de la narración. Cuando éste le pide obtener una prueba de lo que dice, la Virgen se la proporciona en las flores y la imagen que todos conocemos. Tal vez las cosas suceden así para enseñarle a Zumárraga una lección de humildad y reafirmar que los indígenas poseen también un alma (algo que estuvo a debate por un tiempo en Europa).
Tanto la Virgen como Juan Diego interceden, el uno por el otro, ante terceros, y esta especial afinidad ha sido fundamental para cimentar el modo en que los mexicanos viven su realidad y adoran a Dios.
UN SANTO Y SU DEVOCION
Hoy, Juan Diego está a punto de ser canonizado por el Papa en la misma ciudad donde se ubican los hechos del Nican Mopohua. ¿Qué será del “indito” humilde del relato cuando sea elevado a los altares? Su figura ha sido debatida, pero para una comunidad llena de fe en las apariciones –y que por ende está convencida de que hubo un hombre que las contempló–, esos asuntos tienen poca relevancia.
Lo que verdaderamente está por definirse, en lo que respecta a Juan Diego, es cómo será venerado. ¿Será protector de los desamparados, como su papel sencillo en el imaginario nacional parecería indicar? Por otro lado, tal vez crezca y se convierta en patrono de un país en busca de su propio destino, acorde con una cultura nacional en transformación. No debemos olvidar que, en el relato guadalupano, este hombre es elemento indispensable para que se realice la voluntad de la Virgen, y su nueva dignidad bien puede estimular a los herederos del pueblo al que perteneció. Después de todo, y como dijo a mediados del siglo XVIII el Papa Benedicto XIV –tomando prestadas las palabras del Salmo 147–, “Non fecit taliter omni nationi” (“No ha hecho cosa semejante con ninguna otra nación”).
LA VISITA DEL PAPA Y EL CULTO GUADALUPANO
Desde su primera visita a México, en 1979, Juan Pablo II señaló: “Nuestra Señora de Guadalupe, venerada en México y en todos los países como Madre de la Iglesia en América Latina, es para mí un motivo de alegría y una fuente de esperanza”, y “Desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México”.
PROCESO DE CANONIZACIÓN
6 de mayo de 1990
Juan Diego es beatificado.
28 de octubre de 1998
La Congregación de la Causa de los Santos aprueba los resultados de la investigación que constata “la verdad del Acontecimiento Guadalupano, y la misión del indio humilde Juan Diego”.
26 de febrero de 2002
El Papa hace oficial la canonización de Juan Diego.
31 de julio de 2002
Fecha programada para que se celebre la ceremonia de canonización en la ciudad de México.
* Tomado de la revista “Escala”
de Aerovías de México, SA de CV.
Año XIII, No. 156; Julio de 2002.
Ventaneando, Viernes 10 de Diciembre de 2021.