El Mártir de la Libertad
Luchó por las independencias de España y México
Guerrillero liberal comprometido y defensor a ultranza de la libertad de los pueblos, su trayectoria le hace figurar como destacado personaje en acontecimientos históricos. Su participación en el proceso de independencia mexicano aún hoy en día sigue siendo bastante desconocida, tanto en España como fuera de sus fronteras.
MARTÍN Javier Mina Larrea nació el 1 de julio de 1789 en la población navarra de Otano, a muy pocos kilómetros de Pamplona. Durante su infancia creció en contacto permanente con la naturaleza, convirtiéndose en un joven fuerte y robusto, muy aficionado a la lectura y dando precoces muestras de una preclara inteligencia. Su localidad de origen no le ofrecía la posibilidad de continuar con sus estudios y cuando contaba once años de edad fue enviado por sus padres a casa de unos tíos en Pamplona para que pudiera asistir a clases de latín, matemáticas y humanidades en el instituto.
Convertido en un adolescente inquieto y curioso, siguió con interés los acontecimientos que tenían lugar en la turbulenta Europa de principios del siglo XIX. Cumplidos los dieciséis años tomó la decisión de trasladarse a Zaragoza para proseguir sus estudios después de haber descartado profesar la carrera eclesiástica. En la Universidad de la capital aragonesa destacó como un alumno de carácter alegre y espontáneo, capaz de ganarse fácilmente a los demás, pero que no sobresalía especialmente por sus calificaciones.
En febrero de 1808 llegaron a Zaragoza preocupantes noticias que hacían referencia a la ocupación de Pamplona el día 9 por una división del ejército francés al mando del general D’Armagnac. Su intención oculta era establecer una cabeza de puente dentro de territorio español que favoreciese la invasión de las tropas napoleónicas. En esos mismos días se produjo la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII, todo bajo la atenta mirada del mariscal Murat, enviado por Napoleón a la corte de Madrid para que supervisase que todo marchaba según lo planeado por el pequeño corso.
Ante el deterioro de la situación política en España, Javier Mina decidió regresar a Otano para estar al lado de su familia. Al llegar a Pamplona se encontró con algunos de sus viejos amigos, participando con ellos en reuniones clandestinas en las que se conspiraba contra el ocupante francés. Las informaciones que llegaron a la capital navarra sobre la sangrienta represión llevada a cabo por las tropas francesas en las calles de Madrid durante la jornada del Dos de Mayo de 1808 soliviantaron los ánimos de los más exaltados, que exigían venganza contra el invasor.
El coronel Aréizaga, espía con la misión de recabar información sobre el ejército francés, se entrevistó con Mina preguntándole confidencialmente si estaba dispuesto a unirse a la resistencia contra las tropas napoleónicas. El joven no dudó en su respuesta, ofreciendo su colaboración al veterano oficial. Tras aceptar el ofrecimiento del coronel, el joven Mina pasó el verano de 1808 cruzando en uno y otro sentido la frontera con Francia para recabar información sobre la concentración de fuerzas enemigas al otro lado de los Pirineos, sirviéndose de sus conocimientos del idioma francés y de su encanto natural para pasar desapercibido.
Empuñando las armas. En preparación de la defensa de la ciudad de Zaragoza, el coronel Aréizaga recibió órdenes de organizar una fuerza de combate de carácter móvil con la misión de entorpecer el despliegue de las fuerzas napoleónicas. Para ello contó con el apoyo de Javier Mina, su joven e intrépido amigo, que desde un primer momento se mostró dispuesto a ofrecerle toda su ayuda. Aréizaga fue ascendido a general y Mina sirvió a su lado como ayudante, adquiriendo una valiosa experiencia militar que le iba a ser de gran utilidad en el futuro.
En julio de 1809 nuestro protagonista recibió el encargo de crear una unidad militar irregular con el objetivo de hostigar la retaguardia enemiga e interceptar sus enlaces y trenes de suministro. Convertido con apenas veinte años en el jefe de una partida de guerrilleros, su nombramiento fue respaldado por la Junta Central, organismo que se encargaba de coordinar las acciones militares contra el invasor. Al frente del que fue denominado Corso Terrestre de Navarra, sus operaciones militares se extendieron por un amplio territorio que llegó hasta la ciudad de Lérida en Cataluña.
A finales de enero de 1810 Mina tenía a mil doscientos soldados y ciento cincuenta jinetes bajo su mando, contingente con el que acosó sin descanso a las tropas francesas en acciones de guerrilla. También extendió una red de espías entre la población local que le pasaba valiosa información sobre los movimientos del enemigo. Sus acciones, cada vez más atrevidas, fueron un quebradero de cabeza para los franceses. Con el objetivo de perseguir y capturar al jefe guerrillero desplegaron unidades en localidades estratégicas, dispuestas para emprender su persecución en cuanto hiciera acto de presencia.
Mina, confiado excesivamente en su astucia, no hizo caso de las recomendaciones de sus ayudantes para que fuera más precavido. Los peores presagios se cumplieron cuando al amanecer del 29 de marzo de 1810 fue descubierto por una patrulla francesa que lo capturó después de que un soldado lo hiriera gravemente de un sablazo en su brazo izquierdo.
Entre las rejas. Después de ser sometido a intensos interrogatorios, Mina fue trasladado a Bayona, donde permaneció durante seis semanas mientras se recuperaba de la grave herida sufrida en su brazo. El 25 de mayo de 1810 llegó escoltado al castillo de Vincennes, en las proximidades de París. Allí pasó varios meses encerrado en una oscura celda en régimen de aislamiento y padeciendo fuertes dolores por su herida mal curada. Cuando parecía que su vida estaba a punto de extinguirse a la edad de veintiún años, una serie de nuevas amistades le hicieron albergar esperanzas que le devolvieron las ganas de vivir.
Cuando le fue levantada la incomunicación entró en contacto con el general Víctor Fanneau de Lahorie, militar republicano enemigo de Napoleón, que ocupaba una celda en el mismo piso donde estaba encerrado Mina. Cuando se conocieron no tardó en surgir entre ellos una estrecha amistad de la que supieron sacar provecho. Lahorie, oficial de carrera y de amplia cultura, enseñó matemáticas y estrategia militar a su joven amigo deseoso de aprender, al mismo tiempo que le inculcó sus principios políticos liberales, ideología que Mina asimiló haciéndola suya.
A principios de 1814 la derrota de Napoleón parecía próxima. El 8 de febrero de ese año Mina fue conducido al castillo de Saumur en el valle del Loira junto con otros ilustres prisioneros españoles. Tras la ocupación de París el 1 de abril por tropa prusianas y rusas, se ordenó la inmediata liberación de todos los prisioneros de guerra. Mina fue liberado el día 14, emprendiendo viaje de vuelta hacia Navarra.
Esperanzas frustradas. En el camino de regreso se encontró con su tío, el mariscal de campo Francisco Espoz y Mina, personaje con el que a lo largo de la Historia nuestro protagonista ha sido confundido en ocasiones. Juntos cruzaron los Pirineos llegando a Pamplona a primeros de mayo. Mientras tanto, Fernando VII se había apresurado a derogar la Constitución de 1812, Carta Magna de inspiración liberal aprobada el 19 de marzo de aquel año en la ciudad de Cádiz, al mismo tiempo que ordenaba una dura represión contra todos los que defendían su vigencia.
La actitud del que sería conocido como Rey Felón encendió los ánimos de muchos liberales que conspiraron para restablecer la Constitución de 1812, conocida popularmente como la Pepa al coincidir en el calendario el día de su aprobación con la onomástica de San José.
Con ese propósito, el 25 de septiembre de 1814 se produjo un pronunciamiento militar en Pamplona en el que estuvieron implicados Javier Mina y su tío. El fracaso de la tentativa los obligó a huir a Francia, donde Javier fue detenido por las autoridades francesas. Encerrado en la fortaleza de Blaye junto a algunos de sus partidarios, discutieron nuevos planes de acción contra el gobierno absolutista de Fernando VII. Después de pasar por Burdeos, Mina y los suyos llegaron el 6 de marzo de 1815 al campo de refugiados españoles instalado en Bayona. Allí escucharon con estupefacción las noticias sobre el regreso de Napoleón después de escapar de su confinamiento en la isla de Elba.
Decidido a continuar con su lucha, Javier Mina escapó del campo de refugiados con la intención de llegar a Londres, donde los conspiradores españoles estaban planeando una nueva intentona golpista contra Fernando VII. En su huida consiguió llegar a Bilbao, embarcándose en un barco que le llevó hasta el puerto de Bristol en la costa inglesa. Exiliado en Londres, Mina entró en contacto con otros refugiados liberales y trabó amistad con personalidades británicas que le introdujeron en círculos políticos y sociales.
Entre la colonia de exiliados americanos en Londres, los mexicanos formaban un grupo cohesionado. Uno de sus líderes era el sacerdote fray Servando Teresa de Mier, destacado defensor de la independencia de México, que estaba haciendo planes para organizar una expedición militar de ayuda a los insurgentes de Nueva España. Conociendo las inquietudes de Mina, el religioso le invitó a unirse a ellos. En aquel momento el joven oficial español desempeñaba un doble papel. Por un lado, apoyaba desde el exterior el levantamiento que el general Juan Díaz Porlier estaba organizando en La Coruña y en el resto de Galicia, y por otro, se sentía atraído por la causa y de la independencia americana. Tras el fracaso de la intentona liderada por Porlier, Mina decidió concentrar todos sus esfuerzos en la proyectada expedición a México.
Un hombre de acción. Dominado por el entusiasmo que le caracterizaba, Mina se embarcó en su nueva aventura con el convencimiento de que la independencia de América supondría el fracaso del absolutismo en España representado por Fernando VII. De esta forma vinculó de manera indisoluble la libertad del continente americano con la de la Madre Patria.
Mina consiguió reunir a un puñado de idealistas oficiales españoles que compartían con él sus esperanzas y se mostraron dispuestos a seguirle. Gracias a la ayuda económica prestada por liberales británicos comprometidos con la causa, consiguieron zarpar el 15 de mayo de 1816 del puerto de Liverpool poniendo rumbo a los Estados Unidos, llegando al puerto de Norfolk en Virginia el 30 de junio. Hasta abril de 1817 Mina se entregó en cuerpo y alma al reclutamiento y organización de un contingente armado que bautizó con el nombre de División Auxiliar de la República Mexicana, al mismo tiempo que viajaba por ciudades de la costa este de Estados Unidos recabando apoyos para su expedición.
También viajó a Puerto Príncipe, en Haití, donde se había refugiado Simón Bolívar después de ser derrotado por las fuerzas realistas. Mina intentó convencerlo para que se uniera a la causa de la libertad mexicana, pero no tuvo éxito.
Después de muchos esfuerzos el oficial español consiguió aprestar dos barcos con tripulación norteamericana y el 21 de abril de 1817 desembarcó en la costa mexicana sin encontrar resistencia. Según el detallado plan al que había dado forma en los meses anteriores, con el apoyo de los liberales españoles y americanos que le acompañaban y el del sector autonomista liderado por la familia Fagoaga, pretendía formar un cuerpo de oficiales que liderarían las masas insurgentes mexicanas que estaban bajo las órdenes de Morelos y del Congreso, creando un ejército que derrotaría a las fuerzas realistas provocando el desplome del sistema colonial español en toda América. Sin embargo, sus elevadas expectativas no tardarían en revelarse como un sueño irrealizable.
Javier Mina llegó a México demasiado tarde, cuando había muerto Morelos y el Congreso mexicano había sido disuelto. Aún así, su División Auxiliar sirvió al débil gobierno de los sucesores de Morelos, desunidos por las tensiones internas. Durante un período de ocho meses desplegó la misma estrategia de guerrilla que tan buenos resultados le había dado durante la Guerra de Independencia española, logrando brillantes victorias sobre una fuerzas enemigas muy superiores.
El final del héroe. El 1 de agosto las fuerzas realistas bajo el mando del mariscal Pascual Liñán sitiaron el fuerte del Sombrero. Sus defensores, liderados por Mina, intentaron romper el cerco en varias ocasiones sin conseguirlo. Tras duros combates, el jefe de la División Auxiliar consiguió escapar para acudir en auxilio del fuerte de Los Remedios, donde José Antonio Torres resistía el asedio de los realistas. Mina había conseguido eludir a las tropas de Liñán, pero el orgullo del militar realista no iba a permitir que se volviera a repetir esa circunstancia.
La sucesión de derrotas militares, la indisciplina de sus hombres y el acoso implacable de sus enemigos, acabaron pasando factura a la hasta entonces moral inquebrantable de Mina. En la madrugada del 27 de octubre de 1817 se refugió con el coronel Pedro Moreno en las inmediaciones del rancho El Venadito, donde fueron sorprendidos por una patrulla realista. Moreno murió al intentar defenderse mientras Mina fue capturado. El ilustre prisionero fue llevado ante el coronal Orrantía mientras la cabeza decapitada de Moreno era exhibida clavada en la punta de una lanza.
Días después, Mina fue trasladado cargado de cadenas al cuartel general de Liñán, situado muy cerca del fuerte de Los Remedios que seguía resistiendo el asedio de los realistas. La llegada del prisionero despertó una gran expectación, especialmente entre algunos oficiales españoles que habían mostrado sus simpatías por la causa liberal. Ante el temor de que pudiera recibir ayuda para escapar, el virrey Juan José Ruiz de Apodaca ordenó su inmediata ejecución, pena capital que debía servir de escarmiento para todos aquellos que tuvieran la tentación de seguir sus mismos pasos.
A las cuatro de la tarde del 11 de noviembre de 1817, Mina fue escoltado por un pelotón de cazadores del Regimiento de Zaragoza que le condujo hasta el Cerro del Bellaco, lugar elegido para su ejecución. Según cuentan las crónicas, caminó con paso firme y mirada al frente, protestando porque se le diera muerte de espaldas e hincado de rodillas, como si se tratara de un traidor. Sus quejas fueron ignoradas y una cerrada carga de fusilería acabó con su vida.
Homenaje póstumo. En 1823 Javier Mina fue proclamado héroe de México, y sus restos mortales fueron depositados en una tumba en el interior de la Catedral Metropolitana. Al celebrarse el primer centenario de la Independencia, Porfirio Díaz inauguró el Monumento a la Independencia situado en el Paseo de la Reforma en México, DF, conocido popularmente como el Ángel, donde la estatua en Mármol de Javier Mina comparte espacio con las efigies de Morelos, Guerrero y Bravo, rodeando al cura Hidalgo.
Los homenajes al héroe español de la Independencia de México han llegado hasta nuestros días en los nombres de multitud de lugares públicos y centros cívicos que recuerdan su memoria.
En España, como ocurre con muchos de sus ilustres hijos, el legado de este defensor de la libertad que en su lucha contra el despotismo atravesó el Atlántico para unirse a los patriotas mexicanos, ha caído en el olvido. Quizá ha llegado el momento de que una revisión histórica desde un punto de vista objetivo sirva de reconocimiento a su memoria.
* Tomado de la revista española
“Historia de Iberia Vieja”.
No. 126; Febrero de 2015.
Ventaneando, Reynosa, Lunes 1 de Agosto de 2022.