FELIPE Calderón Hinojosa hizo campaña con dos lemas: primero, como el presidente del empleo, quería que los mexicanos creyeran que el trabajo con él llegaría a muchos; luego, a medio camino, se volvió el portavoz de un miedo que decía que López Obrador era un peligro para México. Así ganó la presidencia. Pero al asumir la misma todo cambió.
El sexenio que arrancó en diciembre de 2006 tenía apenas unos cuantos días cuando el nuevo mandatario asumió un reto descomunal. Emprendió en su tierra, Michoacán, la primera de varias operaciones policiaco-castrenses que el mundo conocería con el triste mote de guerra contra el narco. Del trabajo y del peligro para México a las armas.
De esa cruzada han surgido demonios y pesadillas que al día de hoy sangran la memoria y la piel de muchas, muchísimas familias. Calderón improvisó escopetazos a diestra y siniestra, dice él que porque no había tiempo para más, que la casa estaba infestada de alimañas y que si una piedra hubiera tenido a mano, con esa los habría atacado.
Fue un sexenio de metralla y sangre. De abusos a los derechos humanos, de muertos sin sentido, de acusar a las víctimas, de proteger a los uniformados. También de salvajes ataques de los delincuentes contra los ciudadanos –cómo olvidar al medio centenar de víctimas en el Casino Royale en Monterrey–. Y de improvisar a militares como policías en Ciudad Juárez, de improvisar al poner una nueva policía, también en Juárez y en otras ciudades, en manos de un tozudo y refractario personaje que mes con mes fue adquiriendo preeminencia hasta convertirse en la piedra angular de un gobierno (de alguna manera hay que llamar a eso que pasó de 2006 a 2012).
Genaro García Luna no comenzó su carrera policiaca con Calderón, pero encontró en este el irrestricto apoyo que no cesó ni cuando a México le costó vergüenzas internacionales el descubrimiento de montajes televisivos que simulaban arrestos de presuntos secuestradores. La lealtad de Felipe a su policía particular fue inamovible. Ahí se jodió el sexenio que este lunes fue encontrado culpable en Nueva York de delitos de narcotráfico. Qué ironía del destino, qué final más sorpresivo o natural, según se vea.
Porque la caída de García Luna marca un precedente incluso en un país en el que no es raro que quienes deben combatir el crimen terminan en la cárcel –la galería moderna incluye al cuico capitalino Arturo “El Negro” Durazo, al zar antinarco Jesús Gutiérrez Rebollo, al corrupto fiscal nayarita Edgar Veytia, entre otros.
En su caída, el ex secretario de Seguridad de Calderón arrastrará al precipicio a Calderón y a toda una generación de panistas. La casa estaba tomada por los criminales, y el policía del segundo sexenio blanquiazul es culpable en Estados Unidos de haberse corrompido al aliarse con quienes debía combatir. ¿Y nadie de ese gobierno y partido supo nada? ¿Nada, nadie?
El juicio en Nueva York ha acabado y ahora queda pendiente la sentencia. Doce ciudadanos de Estados Unidos han dado credibilidad a las pruebas y testimonios ofrecidos por la Fiscalía. García Luna es culpable de cinco delitos y su nombre estará para siempre ligado al narcotráfico. Pero para nada será el único que purgue una pena. Le caerá la más severa, sí, pero otros pagarán también.
Calderón puede guardar el periódico del domingo pasado, fecha en que publicó en Reforma un artículo llamando al alzamiento ciudadano. Se trata de sus últimas letras antes de la pesada sombra que le ha caído este martes. Su palabra, su persona, su biografía de ahora en adelante son pegajosas: tiene el estigma de Genaro, el policía narco. Ellos fueron uno solo, y como tal, como indivisibles, serán juzgados por la opinión pública: Felipe no podrá explicar que no supo lo que su mano derecha hacía y deshacía. Y el PAN anda por las mismas.
Si Vicente Fox fue un instrumento de la ciudadanía para quitar al PRI en el año 2000, un bisoño, bobalicón y medroso gobernante que fue bueno solo para abrir con las botas la puerta de las alternancias, Calderón supuso la llegada en 2006 del “verdadero” PAN a la presidencia, se ganó la oportunidad para ver de qué estaba hecho un gobierno de “esencia panista”, el premio a la culminación de la larga marcha de décadas de abnegados panistas, la llegada de un amanecer de prosperidad (de empleos) y de cerrarle el paso al populismo. Mas no.
El PAN nunca quiso hacer la revisión de lo que falló en sus dos sexenios. Nunca se desembarazó de sus impresentables. Evitó a toda costa una autocrítica, una expiación. Hoy es demasiado tarde. En cuanto se presenten Marko Cortés y Jorge Romero, los mandamases del panismo hoy, sus ligas con ese pasado serán cuestionadas: llevarán a García Luna en el cuello.
Porque lejos de crear empleos, o de quitarle banderas a López Obrador al instalar un progreso incluyente, logar una baja de la impunidad y la corrupción, e instalar una nueva cultura del servicio público, austero y eficiente, Calderón y el PAN le dieron a México a García Luna y secuaces como Luis Cárdenas Palomino.
Así fuera para poder darle la cara a las víctimas de la violencia de Estado que se vivió en aquel sexenio panista, el PAN tendría que revisar cuánto del liderazgo actual se debe a beneficiarios de Genaro y depurarse. De lo contrario, este 21 de febrero marcará la fecha en que la sombra cayó al principal partido de la oposición para, pegajosa, nunca más irse de ahí.
* Tomado del periódico “El Mañana”.
Reynosa, Jueves 23 de Febrero 2023.
Ventaneando, Lunes 27 de Marzo de 2023.