(ARTÍCULO DE HACE 25 AÑOS)
El 3 de abril de 1998 Carlos Salinas de Gortari cumplió 50 años… El antihéroe nacional, mutante o transformer a la mexicana, siempre recordado, maldecido y en un descuido hasta canonizado, ha sido objeto de albures, de risas y de llanto, objeto de deseo, “que regrese Salinas… que regrese lo que se robó”; y de culto, un culto amargo, revanchista o simplemente rencoroso.
IMAGEN y semejanza del cábula, ex presidente, hermano indignado en ayuno, tras su exilio en Dublín ha sido perpetuado en la memoria de un pueblo que se niega al olvido y que en cada época del año lo recuerda: en Semana Santa es un Judas encadenado, en el Día de Muertos es una calavera de dulce o amaranto, en las posadas es una piñata que semeja un vampiro, en el Mes de la Patria es una máscara con los bigotes de Zapata y un sombrero que dice: “¡Viva México!”
Delirantes y oníricas, las mil formas de Salinas son las mil formas de castigar a partir de un expresionismo desbocado de rasgos exagerados e hirientes que inundan las calles, mercados, tianguis y hasta un museo, el Museo Salinas o ese oscuro objeto del neoliberalismo.
En un espacio de dos por tres metros, de paredes azules y azulejo blanco, Vicente Razo ha reunido 168 figuras diferentes de Salinas, 168 visiones de la burla o de la ironía, visiones apocalípticas, terroríficas, mitológicas y, si el tiempo lo permite, arqueológicas, plasmadas en máscaras, piñatas, playeras, shorts, llaveros, tazas, muñecos de papel maché, figuras de plomo, tatuajes de agua, botones, carteles e incluso volantes de campaña.
“Esto surgió a raíz de una instalación que hice –comenta Vicente–, en que me llamó la atención tanto la imaginación como lo contundente de estas representaciones populares, me hacían pensar mucho en Posada o en El Ahuizote y hasta en ídolos prehispánicos. A partir de que visitan la instalación amigos y conocidos se corre la voz y comienza a llegar gente: estudiantes, amas de casa, familias enteras”.
La visita al museo es una catarsis, una manera de sacar los demonios. “Al principio les interesó mucho a las señoras –recuerda Vicente–, luego se prendían mucho, me contaban sus fantasías, todo lo que odiaban a Salinas, que a veces soñaban que lo mataban y cosas así”.
Efímeros y temporales, algunos objetos se han vuelto verdaderas piezas de colección. “Los del órgano masculino fueron los primeros que comencé a reunir y además después se volvieron muy difíciles de volver a encontrar”. Otros destacan por su precio. “Las paletas de chocolate me costaron dos pesos y el Judas que está a la entrada me costó 200. Ha sido el más caro. Lo compré en el mercado de Sonora”.
Algunos más son como el arte objeto del TLC: “Un short para niños que de un lado está Salinas y del otro los Power Rangers, es un short súper artesanal, con la serigrafía pirata, tiene accidentes de impresión o, bueno, como que la yuxtaposición es un accidente de impresión”.
Recientemente presentado en Los Angeles, California, de noviembre a enero, el Museo Salinas está en un periodo de reestructuración. Vicente confía en que lo reabrirá el Día del Niño, y comenta a propósito de la prohibición de las máscaras del Presidente: “Creo que es un gesto macartista, intolerante y torpe, porque es no comprender cómo funciona el humor y la representación popular, es un monstruo de mil cabezas, le cortas una y van a salir otras, ¿no? Yo estoy seguro que ya hay chistes sobre todo esto y… con ese quijotismo fascista les va a salir el tiro por la culata”.
En el sentir popular Salinas es un desgraciado pelón, chupacabras, un matador, Mickey Mouse, el mismísimo chamuco, una rata calva, un preso de Almoloya –sueños de justicia en el imaginario colectivo–, un zombie, Santana II, un vampiro, una bruja, un pene con ojos y bigote. El ex presidente es una máscara que llevan los niños de Reforma para pedir limosna o la versión mexicana de Aliens Forever.
Es como una historia donde no hay final feliz ni desenlace posible. Carlos Salido-del-Atari es una pieza de museo, un hallazgo macabro, reliquia indispensable de la política mexicana, moneda de cambio entre los desheredados, es el huésped incómodo de un baño o el rencor vivo de un museo que fue a dar al excusado.
* Tomado de la revista MILENIO Semanal.
Año 1, No. 27; 2 de Marzo de 1998.
Ventaneando, Viernes 23 de Junio de 2023.