
Historiador.
Nació el gran escritor en Monterrey, en 1889
Reyes fue considerado en su época como el principal animador de la investigación literaria en México. Con el tiempo se consolidó como uno de los mejores críticos, ensayistas y prosistas en lengua española del siglo XX.
EN la Ciudad de Monterrey nació el 17 de mayo de 1889 Alfonso Reyes Ochoa, mexicano universal que iluminó con la luz de su inteligencia más de cuatro décadas de nuestra vida nacional.
El padre y primer maestro de Alfonso fue el general Bernardo Reyes, el ilustrado y poderoso procónsul porfiriano del noreste de México que sigue siendo recordado en la capital nuevoleonesa como un excelente gobernante y gran impulsor del desarrollo industrial local, aunque se reprueban su mano dura y autoritarismo.
Un hecho que marcó decididamente la vida de Alfonso Reyes fue cuando después de levantarse en armas contra el presidente Francisco I. Madero, su padre cayó muerto el 19 de febrero de 1913 sobre la plancha del Zócalo, en el hecho que inició la Decena Trágica.

Alfonso estudió Derecho en Ciudad de México y junto con sus amigos mayores Pedro Henríquez Hureña, José Vasconcelos y Antonio Caso, fundó en 1909 el Ateneo de la Juventud, una sociedad que renovó los estudios humanísticos, artísticos y filosóficos en México. A ella pertenecieron jóvenes que, como Alfonso Reyes, estarían llamados a inyectarle nuevos bríos a la vida cultural de nuestro país. En esos primeros años escribió algunas de sus mejores páginas, como el cuento La cena o la magnífica Visión del Anáhuac, redactada durante su exilio en España, ocurrido de 1914 a 1924.
En 1920, con los vientos revolucionarios más calmados, la fama de Reyes en Europa llega a México y el Estado lo incorpora al servicio diplomático, donde inició una larga carrera que lo llevaría a trabajar en distintos países, permitiéndole ampliar su ya vasto horizonte cultural y hacerse amigo de hombres como José Ortega y Gasset, Marcel Proust y Jorge Luis Borges, cuyas obras difundió en México.
En 1939, de regreso en México, inició la construcción de una gran casa-biblioteca que se convirtió en el centro de reunión de los intelectuales mexicanos y donde algunos jóvenes escritores, como Octavio Paz y Carlos Fuentes, recibieron el apoyo y el estímulo necesarios en los albores de su carrera. El edificio se bautizó después de su muerte como La Capilla Alfonsina.
Al mismo tiempo, presidió la Casa de España en México, transformada luego en El Colegio de México, institución que, gracias a una noble iniciativa y a la infatigable labor de Daniel Cosío Villegas, pasó a ser el refugio de los intelectuales españoles expulsados de su país por la Guerra Civil, y que se convirtió en un importantísimo foco cultural.
Don Alfonso nunca dejó de escribir obras notables que hacen de él una de las cumbres de las letras mexicanas. El día de su muerte, el 27 de diciembre de 1959, el presidente de la República –Adolfo López Mateos–, declaró luto nacional. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres.
* Tomado de la revista mensual
‘Relatos e Historias en México’,
Año X, No. 117; Junio de 2018.
Ventaneando, Viernes 8 de Junio de 2018.