¡QUÉ TIEMPOS AQUELLOS…!
CIUDAD DE MÉXICO.- A lo largo de 120 años, ¿qué ha pasado desde que los chilangos o mexiqueños vieron correr el primer auto en la ciudad, hasta hoy, con el rugido de los bólidos de Fórmula Uno?
Terminaba el siglo XIX y Fernando de Teresa, un junior millonario que vivía en la esquina de Palma y 16 de Septiembre, se convirtió en el primer automovilista capitalino.
En 1895 nacía Sara García y moría Manuel Gutiérrez Nájera. Época de desigualdades: la aristocracia porfiriana contrastaba con las “garbanceras” y los sombrerudos en calzones de manta. Una ciudad pequeñita, chaparrita, poco poblada.
Los citadinos aún caminaban y bostezaban al paso de las carretelas, cuando este personaje mandó traer de Toulon, Francia, un auto Delaunay Belleville, descapotable, de estilo muy deportivo. En internet se pueden ver imágenes de esta joya, envidiable ayer y hoy.
En la madrugada del 6 de enero de 1895 lo corrió a todo lo que daba, nada más y nada menos que a ¡16 kilómetros por hora! Una locura para esos años, cuando los capitalinos sólo tenían que cuidarse de los caballos que jalaban carretas y ensuciaban los empedrados.
Imaginamos que, para aquellos habitantes, acostumbrados al silencio y la calma, fue como ver algo endemoniado, una máquina ruidosa, amenazante.
La hazaña fue publicada por ‘El Siglo Diez y Nueve’, con el siguiente encabezado y texto:
“Carruaje misterioso: El sábado último, a las altas horas de la noche, cruzó por las principales avenidas de la ciudad un coche misterioso que hizo santiguar a más de una vieja timorata e ignorante de los prodigios de la industria moderna.
“Se deslizaba como una saeta, anunciando su paso por medio de una bocina semejante a la de la bicicleta y obedeciendo con admirable precisión a la mano que lo guiaba, según se echaba de ver por los cambios rápidos que le obligaban a hacer para salvar los obstáculos que encontraba a su paso. Parecía un landó de corte airoso…”
Años después la ciudad fue invadida por los automóviles, de todas marcas, sobre todo Ford, marca que derivó coloquialmente en “fortingo”, cuando la gente quería referirse a una carcacha.
Ha transcurrido más de un siglo y todo ha cambiado en nuestra metrópoli: los autos se han apoderado de las calles, hechas y rehechas para ellos, no para los peatones.
Una ciudad cruzada por circuitos, periférico, viaducto, ejes viales, segundos pisos… Y si bien ya no puede conducirse a toda velocidad, queda el recuerdo de aquella lejana urbe que ya no volverá.
Hoy es una ciudad-automóvil, donde sus habitantes aman la velocidad, aunque sea de lejitos, como ocurre con los grandes premios de Fórmula Uno, en el autódromo Hermanos Rodríguez, donde los bólidos pueden ir a 300 kp/h, muy lejos de “la saeta” del junior De Teresa.
¡Qué tiempos aquellos, señor don Simón!
Tomado del tabloide catorcenal
“SimInforma”, No. 444; Abril 2019.
Ventaneando, Viernes 14 de Febrero de 2020.