UN TEMA DE LACERANTE ACTUALIDAD
NOTA DE REDACCIÓN: Desde siempre el riesgo de la
caída en el planeta de objetos siderales, ha atemorizado al
hombre. Este ensayo de 1999 así lo plantea. Tal amenaza
se ha acentuado en los últimos tiempos.

EN las últimas fechas los meteoritos parecen haberse vuelto las estrellas de la cinematografía: cuando menos dos cintas, en una sola temporada, han tratado el tema y han hecho que muchos se imaginen qué ocurriría si un objeto de cierta magnitud cayese en la Tierra. La cuestión es que no hay que imaginárselo, pues tenemos las muestras al alcance de la mano, o cuando menos eso es lo más probable.
La prueba más reciente de la que tenemos noticia ocurrió en 1908, en la región del río Tunguska, en Siberia. El 30 de junio de ese año cayó en ese lugar un objeto desconocido, que arrasó totalmente 65 kilómetros de árboles, derribándolos con tan sólo la onda de choque. A 170 kilómetros de la zona del impacto las tiendas de unos nómadas fueron arrancadas del suelo por el golpe del viento y todos los hombres del campamento, incluso los más fuertes, cayeron de bruces por el impacto.
No se debe ser un experto matemático ni nada así para percatarse de que, si este objeto hubiese impactado en una zona habitada, las consecuencias hubiesen sido devastadoras.

Aunque se cree que el objeto caído en Tunguska era un cometa, no hay duda de que lo que cayó en el Cañón del Diablo, en Arizona, a principios del período terciario (hace unos 65 millones de años), era un meteorito de unas 15,000 toneladas de peso, dejando tras de sí un cráter de 1,250 metros de diámetro y 180 de profundidad. El impacto causado por un cuerpo de tal tamaño se calcula que debió de haber provocado un movimiento sísmico de cerca de los 9 grados en la escala de Richter. Además de que la onda de choque provocada fue más potente que la observada en Tunguska.
Pero hasta ahora, el que se especula ha sido el más potente de todos, cayó muy cerca de México, más exactamente en la península de Yucatán. De acuerdo con los cálculos establecidos por los geólogos, la masa de este cuerpo debió de haber duplicado la del Cañón del Diablo, y golpeó de tal forma sobre la masa de tierra que la hundió bajo el agua, conformándose la curva actual de la península. La onda de choque resultante fue enorme, así como el movimiento telúrico que seguramente siguió a la titánica colisión.

Pero, a pesar de tal despliegue destructivo, ese no fue el peor efecto de este impacto: al entrar a la atmósfera, la fricción del aire destruyó una buena parte del objeto, que se transformó en un fino polvo. Después, al impactar, una gran cantidad de partículas fueron levantadas por el impacto y los incendios resultantes provocaron cantidades industriales de cenizas.
Esta poco afortunada combinación provocó que el cielo se oscureciera totalmente, y esta serie de residuos en el aire tardó años en depositarse y volver a dejar pasar la luz del Sol. Esto provocó un descenso de temperatura tal que muchas de las especies vivientes de la época murieron de frío, quedando el planeta casi desierto. De acuerdo a los científicos, este objeto fue el responsable de la extinción masiva de dinosaurios de finales del Cretáceo.
Todos estos impactos –y muchos otros que seguramente han dejado huellas, pero que el tiempo se encargó de borrar–, han sido hasta cierto punto afortunados pues ocurrieron ya sea en períodos muy antiguos, o han impactado en zonas deshabitadas. Pero en los últimos años del siglo XX, con el enorme crecimiento demográfico, los lugares sin civilización son cada ve más escasos, y si llegase a ocurrir otro desastre como los descritos pueden imaginarse los efectos que llegaría a tener en la población mundial.
Desafortunadamente, el espacio sideral es un juego de probabilidad y la amenaza de que algo así ocurra sigue latente. Pero con los adelantos de la ciencia es posible que encuentren una forma de desviar la trayectoria del objeto, o se logre destruir antes de que impacte en nuestro planeta.
Pero, lo sabemos, eso sólo es especulación y un poco de ciencia ficción, así que no nos queda otra que simplemente atenernos a la suerte y esperar que, como dijese Asterix, “el cielo no llegue a caer nunca sobre nuestras cabezas”.
* Tomado de “Revista de Revistas”.
Magazine del periódico “Excélsior”.
No. 4473, Febrero de 1999.
Ventaneando, Reynosa, Viernes 24 de Febrero de 2023.