Soy Propietario de toda la GROSERÍA del MEXICANO
Alburero técnico, nada rudo, Armando Jiménez es uno de los escritores de lengua española más leídos. Gran conocedor de la Ciudad de México, la ha recorrido cientos de veces a pie y la ha leído de múltiples formas. Amigo de presidentes y políticos, Jiménez aparece en el libro de récords Guiness y en el ‘Diccionario Enciclopédico Larousse’.
SU último libro, “Sitios de rompe y rasga en la Ciudad de México. Salones de baile. Cabarets. Billares. Teatro”, editado por Océano, se presentó a la prensa el miércoles 28 en la cantina más antigua de la ciudad: El Nivel.
Armando Jiménez, el alter ego de ese plumífero flemático y encajoso, cuenta los avatares de Picardía mexicana, sus travesías nocturnas, sus andanzas por los bajos fondos, sus roces con la intelectualidad, sus vericuetos en los círculos del poder.
El gallo giro
Nací en Piedras Negras, Coahuila, en 1917. De niño me tocó la suerte de vivir cerca del Estadio Nacional, en la colonia Roma, y me convertí en un deportista furibundo. Si hubiera nacido cerca del California Dancing Club, tal vez hubiera sido bailarín.
Fui deportista en activo, llegué a tener récords en caminata y fui campeón nacional de ping pong. Quería ser deportista profesional, pero mi padre me inscribió en la Escuela de Arquitectura del Politécnico. El primer día mandé hacer mis tarjetas de visitas que decían: Armando Jiménez, arquitecto especializado en construcciones deportivas.
Obtuve una beca del British Council para visitar estadios. No era yo el mejor arquitecto deportivo en el mundo, sino el único tarugo dedicado a esa especialidad. Participé en cerca de 300 obras grandes en 17 naciones y en todas las construcciones deportivas de la ciudad de México.
Después me convertí en escritor, pero me quedó el vicio de viajar y de visitar estadios, y ahora, estoy en el libro de récords de Guiness por ser la persona que conoce 1500 estadios de atletismo, en 105 países.
De boca muy suelta
Picardía mexicana se publicó en 1960, pero me llevó 10 años de elaboración. Me fijé cinco características que debería tener: ser importante, trascendental, de interés general, mexicanista y novedoso. Me quedé con la grosería del mexicano, que aunque había sido tocada muchas veces, nunca en una forma exhaustiva, sistematizada.
Me lleva el tren
Cacarié mucho el libro, saqué muchísimas copias en mimeógrafo, varios cientos o tal vez más de mil copias de esos manuscritos, que las entregué desde a las personas más humildes y mal habladas, hasta a presidentes de la República o secretarios de Estado.
Trabajaba en mi última época de arquitecto en los ferrocarriles y tenía un pase gratuito del pullman. Me alejaba del bullicio de la ciudad y en el ferrocarril escribí la Picardía mexicana. Con mi verborrea, convencí al editor de hacer 5 mil ejemplares, que en aquél entonces eran muchos, porque de Alfonso Reyes, Julio Jiménez Rueda, Vasconcelos o Salvador Novo se hacían mil libros, dos mil ya eran muchos.
Estábamos imprimiendo cuando llegaron siete mil pedidos, cheques, dinero en efectivo, solicitudes de librerías. El libro se vendió antes de publicarse. Es un caso insólito.
Sólo para caballeros
La recopilación duró cuatro años y consistió en leer todo lo que había suelto en las calles. Particularmente en San Juan de Letrán, que era una calle muy bonita, muy iluminada, los aparadores permanecían encendidos en la noche y circulaban muchas putitas. Nos gustaba caminar por ahí. Cuando veían a un hombre solo, se acercaba alguien que en voz baja decía: “Le vendo Sólo para hombres”.
Eran fotografías de encueradas y chistes groseros. Esas cosas circulaban en forma muy aislada. Los chistes, los albures y las malas palabras son usuales en las cantinas, en las cárceles y en los prostíbulos y en todo eso a que asistí para documentarme.
Dueños del albur
Llegué a reunir tambaches de estas cosas, las escribía a máquina, porque no había computadora, y cuando juntaba 500 o mil chistesitos, iba a la Dirección General de Derechos de Autor. Registré miles de chistes, de malas palabras, y ahora lo digo sin pretensión, soy el propietario de toda la grosería del mexicano. Todos los días me fusilan dos o tres veces en una película, en un cabaret, en un disco.
He metido a cuatro personas a la cárcel, pero no he ganado jamás un solo centavo y he gastado mucho en abogados. Ya no quiero saber de pleitos. Me consuela pensar que a los clásicos es lo que se copia. Todo mundo se quiere fusilar El Quijote o las obras de Shakespeare. Ese es mi consuelo.
Como pan caliente
Fue un récord que a los tres días se publicara la segunda edición de Picardía, que se agotó en un día. En un año hicimos diez rediciones y pasó a ser el libro más leído en la historia de la literatura mexicana.
Nunca se ha sabido cuál era el más leído, porque los partidarios de Vasconcelos dicen que El Ulises criollo tenía 50 mil ejemplares y los partidarios de Federico Gamboa decían que Santa tenía también 50 mil. Nosotros, en el primer año, sobrepasamos esa cantidad.
Muy manoseado
Todo mundo se preguntaba en qué consistía ese fenómeno de la Picardía mexicana, y el rector Javier Barrios Serra, intrigado llamó a directores de varias facultades de la Universidad y les pidió que sus alumnos hicieran una encuesta nacional: 60 por ciento de los compradores eran mujeres, pues en aquel entonces habían estado al margen de la cultura de los hombres, de las cantinas, de los albures, de los cuentos colorados y tenían mucha curiosidad por este tema.
También se determinó que 60 por ciento de la producción se exportaba y que cada ejemplar lo leían 11 personas. Es un libro muy prestado, robado, leído en grupo, leído en bibliotecas.
Picardía Nobel
Todo esto se lo platiqué a mi amigo Camilo José Cela, a quien conocía hace mucho tiempo por correspondencia, porque él publicó su Diccionario secreto en dos tomos. Uno de ellos trata de los sinónimos de testículos y otro del falo. Son las miles de alusiones que se han hecho sobre estas partes anatómicas del hombre. Me mandó una carta pidiéndome autorización para reproducir fragmentos de mi libro. La única ilustración que tiene ese diccionario es mi gallito inglés.
La primera vez que vino Cela a México lo invité para que viera los 50 mil ejemplares que estábamos imprimiendo. Me dijo: “Tu libro es el segundo más leído en la historia de la literatura en idioma español”. Yo le dije: “No mames. Yo conozco la edición 300 de La Celestina y la 400 de Lope de Vega y la 500 de Quevedo”. Entonces aclaró: “Dije leído, no vendido”.
El que más me apoyó fue don Artemio de Valle Arizpe, escritor muy simpático, autor de La Güera Rodríguez. Él me hizo el favor de presentarme con Alfonso Reyes que hizo el prólogo de Picardía mexicana.
Los de arriba y los de abajo
La gente humilde, sin educación, sin cultura, que tiene un lenguaje muy reducido (hay quienes no conocen más de 200 palabras), dicen: “Esto está lejos como la chingada, cerca como la chingada, es sabroso como la chingada, esa muchacha es bonita como la chingada”. Tienen que emplear esas “malas palabras” a falta de un vocabulario más amplio.
Las personas cultas son más mal habladas que el peor de los mecapaleros de La Merced…, pero tienen el tino y la inteligencia de decir estas cosas en el lugar y en el momento adecuados.
El que se ríe se lleva
El albur es una manifestación totalmente mexicana que, supongo, es de origen prehispánico. El albur es decir cosas con un lenguaje disimulado, oscuro. El albur no es un duelo. Es un juego en el cual hay perdedor, pero no queda resentido.
De rompe y rasga
He hecho recorridos con dos esposas de presidentes (se dice el pecado pero no el pecador), con esposas de secretarios, de subsecretarios, hemos recorrido esos sitios de rompe y rasga de la ciudad de México. De la embajada de los Estados Unidos me mandaron en una ocasión a Elizabeth Taylor y a Richard Burton, en otra a Gregory Peck.
Conocí, no puedo decir que fui amigo, a Luis Donaldo Colosio. Me presenté con mi tarjetita del Gallito inglés, y él, con mucha agilidad, me contestó: “Siéntese, señor Jiménez”. Después me confesó que por ser norteño y haber estudiado en Estados Unidos se sentía ignorante, y me dijo que quería hacer un recorrido por la ciudad de México, de incógnito. Tres veces lo vi. La siguiente le llevé un folleto que se llama Albures para principantes, iba acompañado por sus guaruras, pero él lo recibió y se lo echó a la bolsa. La tercera vez le comenté de los recorridos, pero ya no pudo ser.
* Tomado de revista MILENIO Semanal.
Año 1. No. 22/ 26 de Enero de 1998.
Ventaneando, Lunes 16 de Noviembre de 2020.