(MURIÓ DE 90 AÑOS, HACE 11)
Llamada ‘La Dama del Cemento’, fue la mujer más importante de Argentina y la más rica de América Latina
NOTA DE REDACCIÓN: Este artículo se publicó en Junio
de 1999 cuando aún vivía ‘Amalita’, como se le identificó
mundialmente, con 77 años de edad. Dirigía con mano de
hierro sus 20 empresas, donde laboraban 4 000 empleados y
trabajadores. En ocasiones se presentaba en alguna de ellas
vestida, como siempre, con ropa de exclusivos diseñadores…
y con un casco de seguridad.
RUBIA, de cuerpo muy esbelto, jovial, pero con un don de mando que intimida a muchos de sus ejecutivos, Amalia Fortabat posee el temple necesario para mantener en constante prosperidad sus negocios de ferrocarriles, gas, electricidad, reciclaje de basura, estaciones de radio y TV, y la principal de todas: Loma Negra, de donde sale más de la mitad del cemento que se utiliza en Argentina.
Su más reciente aparición pública ocurrió hace poco en el hospital infantil “Ricardo Gutiérrez”, de Buenos Aires, al que acudió para comprobar el destino de un cuantioso donativo que había hecho a esa institución. Quienes la vieron llegar, la describieron “orgullosa como una reina, cálida como una madre, vestida con telas muy finas y joyas deslumbrantes que hacían resaltar su belleza”.
Doña Amalia conoce la admiración y el respeto que provoca no sólo en su propia tierra, sino en muchos otros sitios. Tiene departamentos en Nueva York y en París, al igual que 23 fincas regadas por diversos puntos del planeta (dos de ellas en Virginia, Estados Unidos, donde pastan 170 000 cabezas de ganado).
Realmente como esta empresaria no hay, al menos por ahora, otra en el mundo: se desplaza en aviones particulares (un Lear-Jet, un Beechcraft 90, un Cessna Skymaster o un helicóptero Hughes 500). Es dueña también de un barco y varios automóviles, entre los cuales prefiere un Peugeot 505. Su cuerpo de seguridad comprende 100 guardias.
Creó su propio museo. Amalita, como se la llama comúnmente, habita en Buenos Aires un departamento de 1800 metros cuadrados con alberca integrada a una de las estancias. Pieles de leopardo y una escultura de este mismo animal posada sobre un fino tapete forman parte de la decoración.
Acondicionado con todos los lujos posibles y ornamentado con gusto, la señora Lacroze de Fortabat comienza en él su día atendiendo los asuntos urgentes. Tres miembros del servicio le sirven el desayuno mientras ella realiza sus telefonemas. Doña Amalia dedica el resto del tiempo a visitar sus fábricas, atender la Fundación Fortabat y participar en alguna reunión social, bien sea en su casa o en las de sus amistades (entre quienes figura el presidente Carlos Ménem).
Cuando viaja, suele encontrarse con amigos como Marella Agnelli (esposa del propietario de la Fiat, Gianni Agnelli), Henry Kissinger, Javier Pérez de Cuéllar (antiguo secretario general de la ONU) y su mujer, así como el cantante Luciano Pavarotti.
En cuanto a la fundación, a través de ésta la señora Fortabat devuelve parte de sus utilidades. Por ejemplo, proporciona diariamente desayunos para 4 000 escolares, aporta fondos para la investigación en torno al sida y al cáncer, entrega becas y un premio literario anual con valor de 14 000 dólares.
Además de los negocios, el arte constituye otra de las pasiones de la magnate. Es una prestigiada coleccionista de obras maestras y posee su propio museo, cuyo acervo alcanza un valor aproximado de 280 millones de dólares. Allí se contemplan, por ejemplo, un Van Gogh (por el cual doña Amalia pagó 10 millones de dólares), un Gauguin, un Monet, un Brueghel y un retrato que le hizo Andy Warhol. Incluso en su residencia la señora Fortabat conserva un lienzo de Canaletto.
Su historia romántica. La fortuna y el poder de María Amalia Sara Lacroze Reyes Oribe, su nombre de soltera, no son meramente el resultado de su esfuerzo, su visión y entrega al trabajo. En cierta medida fueron la herencia de su gran amor. Según se cuenta, en 1941, cuando ella tenía 19 años de edad, asistió a una función de ópera en el Teatro Odeón de Buenos Aires con su prometido, el abogado Hernán de Lafuente Sáenz Valiente. En el palco contiguo se hallaba Alfredo Fortabat Pourtale, de 47 años, fundador y propietario del consorcio de cemento Loma Negra. La hermosura y el porte altivo de Amalia impresionaron vivamente al maduro empresario, quien durante el intermedio envió una caja de finos chocolates a la joven desconocida. Al parecer, los dos quedaron muy emocionados con aquel relampagueante encuentro.
Sin embargo, Amalita pertenecía a una familia muy conservadora y apegada a la tradición católica. Se casó con su prometido y fue madre de una niña, Inés. Pero dos años más tarde se topó nuevamente con Alfredo y entonces pasaron por alto las barreras sociales. Separados de sus respectivos cónyuges, planearon su boda a sabiendas de que por aquel tiempo las leyes argentinas prohibían a los divorciados volver a casarse. Durante un par de años pelearon en las oficinas gubernamentales, sin éxito, el permiso para legalizar su situación. Y hubo clientes, amigos y hasta parientes que les dieron la espalda.
Por temor a que las autoridades argentinas le retiraran la custodia de su hija, Amalia y el señor Fortabat contrajeron matrimonio civil en Uruguay, luego en Paraguay, en Las Vegas y, por último, en México. Ninguno de estos enlaces fue reconocido en Argentina. No fue sino hasta que entró en vigor una nueva ley, más liberal, cuando la pareja finalmente oficializó su unión.
Culta (habla inglés, francés, alemán y japonés, además del español), vital, con una alegría contagiosa, Amalia fue la compañera perfecta para su maduro esposo, que le llevaba en edad veintisiete años. Se convirtió en su consejera y estuvo junto a él en casi todos sus viajes. El industrial, a su vez, la consentía y la mimaba. Se afirma que casi diariamente le llevaba un obsequio, casi siempre una joya.
Aun así, se dice que a lo largo de su vida en común cada cual tuvo un affaire: ella con un embajador y poeta español; en cuanto a él, en 1996 se dio a conocer un tal Rafael Rodríguez, quien aseguraba ser hijo natural de Alfredo Fortabat. En cualquier caso, nada pareció empañar la relación de la pareja.
El 10 de enero de 1976, a los 82 años, falleció el señor Fortabat: a raíz de un accidente automovilístico sufrió un paro cardiaco.
Doña Amalia Lacroze se entregó a las actividades que su marido le había heredado. En 1980 declaró: “En sólo cuatro años he logrado lo que Alfredo hizo en 40: he duplicado nuestra fortuna”.
En 1989 el presidente Carlos Ménem la nombró embajadora especial. Desde entonces, doña Amalia acompaña al mandatario en sus giras por el extranjero. (Se dice que se transportan en uno de los aviones de ella).
Condecorada con medallas muy prestigiadas tanto argentinas como de otras naciones, la señora Fortabat ya preparó su sucesión: su hija Inés Lafuente se ocupa de la fundación, su nieto Alejandro Bengolea se encarga de las haciendas ganaderas en Argentina y su nieta mayor, Bárbara Bengolea de Ferrari, es la mano derecha de su abuela. No obstante, doña Amalia se mantiene muy activa.
NOTA ANEXA: El nacimiento de Amalita se produjo el 15
de agosto de 1921 en Buenos Aires. Murió allí mismo a las 6:00
de la mañana del 18 de febrero de 2012, a la edad de 90 años; si
aún viviera habría cumplido 101 años en agosto de 2022 y 11 de
su fallecimiento el pasado sábado 18 del mes actual. En Argentina
los aniversarios de su natalicio y deceso se conmemoran con
singular pompa y circunstancia.
* Tomado de la revista mensual “Actual”.
Año 6, Num. 69; Junio de 1999.
Ventaneando, Lunes 27 de Febrero de 2023.