SE dice que un día un hombre fue a visitar al mismísimo Al Capone –quien tal vez no fue el gángster más poderoso, pero sí el más popular por la forma en que se burlaba de la ley–, a ofrecerle un negocio.
Este hombre se presentó como el conde Víctor Lusting –de origen checoslovaco–, y le prometió a Capone que si le daba un préstamo de 50 mil dólares, en sólo un par de meses duplicaría la cifra gracias a un “sistema de inversión infalible”.
Capone miró con atención al supuesto conde y aunque no le creyó una palabra, había algo en su forma de hablar, en sus modales, en su fina vestimenta, que le hizo confiar en el supuesto negocio; así que contó personalmente los billetes y sin mayores preguntas se los entregó a Lusting. Finalmente, ¿quién se atrevería a engañar a Capone sin terminar con zapatos de cemento en el fondo de un río?
–Muy bien, querido conde: lo dejaré duplicar mi dinero. Lo espero de vuelta en 60 días.
Lusting tomó el dinero y de inmediato lo depositó en una caja de seguridad en un banco de Chicago; luego se fue a Nueva York, donde tenía otros “negocios”.
Pasaron los dos meses. Lusting regresó a Chicago, sacó el dinero del banco y visitó de vuelta a Al Capone. En cuanto lo vio, comenzó a disculparse.
–Le ruego me perdone, señor Capone, pero el negocio no funcionó. Mejor dicho: yo fracasé.
Capone, quien comenzó a levantarse lentamente, con furia, vio que Lusting sacó algo de su abrigo y lo puso sobre la mesa: eran los 50 mil dólares, íntegros, y Lusting siguió con su discurso:
–No falta un centavo de su dinero. Lamento mucho no haber podido duplicarlo. Ruego me disculpe.
Entonces Capone vovió a tomar asiento, confundido y dijo:
–Desde que usted cruzó esa puerta supe que se trataba de un estafador. Pensé: “O en verdad hará algo sucio para multiplicar el dinero o desaparecerá con mi dinero”, ¿pero esto…?
Lusting tomó su sombrero y se despidió camino a la salida disculpándose de nuevo con Capone, a lo que éste respondió:
–Pero usted… ¡es honesto!
Capone tomó de inmediato 5 mil dólares del montón de dinero y finalizó:
–Tome, buen hombre. Si tiene algún problema, espero que esto lo ayude. Y si no, búsqueme. Tiene en mí a un amigo.
Lusting, en apariencia apenado, tardó en aceptar el dinero, pero al final se lo embolsó. Cuando ya nadie lo pudo ver, sonrió satisfecho: su plan había salido a la perfección.
* Tomado y adaptado de Robert Greene,
The 48 Laws of Power, Nueva York.
Viking Press, 1998.
Ventaneando, Lunes 28 de Mayo de 2018.