(TEXTO DE HACE 26 AÑOS)
Los toros, la música que prefirieron los Presidentes de México; el “Lírico”, el “Manolo” y su estatua en Veracruz
VI por primera vez a Agustín Lara en la vieja plaza de El Toreo, en la Condesa. Lo vi, porque donde me sentaba, en galería, podía yo ver hasta la corrida. Los tiempos han cambiado. El viejo Toreo ya no existe. Agustín Lara se nos fue. Y yo no sé si siquiera estoy o veo.
Pero, como creo, o algunos creen, que sí estoy o veo, rememoro haberlo visto desde las alturas –las del maestro; las mías sólo eran de localidades–. Me permito evocar que algún domingo llegó, vestido de negro, a barrera, acompañado de María Félix. Y que ese día algún gritón de sol –¡que es el pueblo!–, viendo la delgadez del maestro, clamase:
–¡María! ¡Hoy viniste con paraguas!
Idos tiempos, ¡ay! Afortunadamente la vida, siempre sabia, permitió fugaces reencuentros.
Más adelante, seamos cursis… en el transcurrir del vivir, continué con escasa escudilla. Pero iba al teatro. Allí, de nueva cuenta, en galería, del viejo Lírico, con mi amigo Raúl Cortés Dávila, “El Cortesano”, asistí a una función que se me quedó grabada.
Era la que se llama, dentro del espectáculo teatral, un squetch, consistente en contar cosas de Lara.
Agustín mismo preparaba esa pausa dentro de su programa especial. El mismo lo ideaba en ese orden. Es obvio, meditó en algo.
Lo que se presentó fue así:
La escena –el escenario pues–, dibujaba la sala de la casa de Agustín Lara. El, en un mullido y cómodo sillón. En un rincón del lugar, un piano de cola, negro, luminoso. Reclinada en el mismo, una mujer vaporosa: la musa.
Agustín, con bata roja de noche, descansando en un cómodo sofá. Pensando, seamos cursis, ¿en qué?, ¿por qué?
Sonaba el timbre. Se levantaba Agustín y abría la puerta. Quien llegaba, bellísima mujer, le pedía: Maestro, desearía que me concediese una entrevista.
El maestro accedía.
Caballeroso, sentaba a la dama en uno de los sillones cercanos al que ocupaba y, arrellanado en el suyo, encendía un cigarrillo y preguntó:
–¿Qué desea usted saber?
La mujer, la “periodista”, inició una serie de preguntas sobre la vida del maestro, las que él iba contestando.
Pero eran los cuarenta, años en que era inimaginable pensar en Agustín sin María o en delirar a María sin Agustín, y por lo tanto, era inevitable la pregunta. Y la “reportera” obviamente la hizo:
–¿Qué mujer ha admirado más en su vida, maestro?
La respuesta fue increíble. Agustín dio una larga bocanada y respondió:
–La Virgen de Guadalupe.
La galería se vino abajo.
Cuatro Presidentes de México –alguna vez lo comentó Pedro Vargas, quien era el gran cantante al que le pedían interpretar las piezas–, prefirieron la música de Lara: Pascual Ortiz Rubio, a quien gustaba “Imposible”; Miguel Alemán Valdés, cuya favorita era “Mujer”; Luis Echeverría, que prefería “Solamente una vez”, y José López Portillo, a quien le agradaba oír “Madrid”.
Volví a ver a Lara, en el devenir del tiempo. Aquí y allá. Desde luego, cuestiones de edad, amigo de él fue mi padre, que en paz descanse. Pero él me contaba, siempre muy prudente y medido como fue, de algunas sesiones en las que tomó parte y de las que algunos retazos me platicaba.
Todavía recuerdo, raro, que hubiese aventurado tanto mi padre, algún singular detalle que el maestro le comentó.
–¿Sabe usted, Enrique, en qué suelo pensar cuando me inclino a agradecer aplausos?
Mi padre interrogó con la mirada y Lara añadió:
–¿A qué horas se irán a su casa tantos… (y aquí jarochismo puro).
Así era Lara, contradictorio o, para decirlo cultamente, a la manera de Ortega y Gasset, el hombre y su paradoja.
Todos le queríamos, y seguimos haciéndolo, porque lo merece y, tal vez, porque quizá alguna vez por arrobamiento pudiésemos haber cansado al maestro.
Pasaron los tiempos y seguí viéndolo, lo cual era un privilegio del cual aún me enorgullezco, y así lo vi, y lo vi, y lo vi…
Las últimas veces que personalmente vi a Agustín Lara fueron todas en el bar Manolo, de las calles de López, muy cerca de Juárez, ubicado en un sótano. Había que bajar, pues, para entrar al lugar. Pero en este caso no había que descender escalones física y socialmente, como con humor se refería a un pobre antro el gran humorista Juan Verdaguer. Aquí en el Manolo, si bien se bajaba físicamente, la escalera socialmente se subía.
Y es que donde tocaba Lara estaba la clase. Y ahí, unos sentados junto a las mesas, el que escribe en algún taburete alrededor del maestro, en su piano de cola; lo oíamos todos. Era un deleite verlo con el cigarro colgado de la comisura de los labios, la copa de coñac encima del piano, interpretar una, otra y otra canción al piano y contada con su inconfundible voz, aunque ésta ya para entonces aquejada por una tos que se sucedía. Pero es que bien podría decirse que hasta la tos seguía el ritmo de su música de siempre.
Cantaba lo que quería porque, aun cuando alguna vez preguntaba a cualquier presente qué prefería oír, el interrogado invariablemente contestaba: la que usted quiera, maestro.
Fue en el Manolo donde por última vez lo vi, pero lo sigo escuchando, como continúa haciéndolo todo México, aun generaciones que nunca lo conocieron.
Asistí, como reportero de Excélsior a la desvelación de la estatua de Agustín Lara en su Veracruz, acto multitudinario que en buena medida organizó Jorge Saldaña. Recuerdo que, por aquel entonces, mucho se hablaba de haberse descubierto –lo cual parece ser cierto–, que Agustín Lara nació en la capital de la República y no, como siempre dijo, en Tlacotalpan, Veracruz.
Saldaña, en su discurso puso punto final a estas ociosidades. Dijo: “De Veracruz quiso ser, de Veracruz es”. Y ahí se cantó a más y mejor al ilustre maestro, ya entonces fallecido.
Y oyendo las letras, algunas cursis, la verdad, pero que igualmente nos gustaban, recuerdo haber escrito algo así como: “¡Qué cursis éramos, hermano del alma! Pero, ¡qué nosotros!”, frase que intentaba presumir un poco una época auténtica y que el propio Saldaña difundió en su programa.
Así lo recuerdo y lo recordaré.
* Tomado de “Revista de Revistas”.
Publicación mensual de “Excélsior”.
No. 4457, Octubre de 1997.
Ventaneando, Lunes 6 de Noviembre de 2023.