(CRÓNICA DE HACE 41 AÑOS)
Los ricos y los poderosos también sufren con la crisis
(Fragmento)
CERCA de la avenida Insurgentes, en la calle de Colima, hay un caserón con fachada de columnata griega, 6 enormes recámaras, espaciosa sala, garage para 6 autos, gran sótano y coqueto jardín. Allí reside doña Anita Bauche viuda de Loustalot, de 86 años, quien cuenta:
–He vivido en esta casa desde 1926, cuando tenía pocos años de casada. Mi marido, Víctor Loustalot, hijo de franceses y muy guapo, había llegado a ser dueño de la Mercería del Refugio, una negociación entonces muy importante a la que él había ingresado como empleado, ganando 80 pesos mensuales, así que al instalarnos en la colonia Roma estábamos celebrando el ascenso social. Mucha gente me dice que venda esta casa y me vaya a vivir a un condominio, pero yo no pienso hacerlo: aquí me he de morir.
–¡Esta colonia me trae tantos recuerdos! –prosigue–. Aquí se vivía muy tranquilamente, todas las familias nos conocíamos y teníamos tiempo para platicar. En la plaza de Orizaba había serenatas los jueves y los sábados. Ahí se conocían los jóvenes casaderos. En Tonalá vivía la familia Charles, unos comerciantes muy ricos, y atrás de mi casa vivía la familia Margáin. Los chamacos Margáin me hacían pasar corajes porque me rompían las ventanas a pedradas, pero al crecer se apaciguaron.
Uno de los muchachos Margáin (Hugo B., hoy senador) se casó con una de las Charles. Otra de las Charles se casó con el arquitecto Carlos Lazo. Otros vecinos eran los Robles Gil, ricos industriales; don Eduardo Iturbide, quien fue gobernador del D.F. en tiempos de Victoriano Huerta, y los papás del industrial y magnate beisbolero Alejo Peralta vivían en la calle de Colima, cerca de Jalapa.
Doña Carmen R. de Azar, de origen libanés y dueña de una tienda de regalos, lleva 58 años de habitar en la Roma. Recuerda que en un tiempo se cruzaba frecuentemente en la calle con vecinos como don Pedro Lascuráin, quien vivía en la plaza Río de Janeiro y fue presidente de México durante 45 minutos el 14 de febrero de 1913. O con el rico ganadero Enrique Creel o con Joaquín Baranda, cuya riqueza puede apreciarse por el hecho de que en su suntuosa residencia está instalado ahora el multitudinario Centro Asturiano.
Como Lord Byron. Pero no hace falta peinar canas para ser enamorado contumaz de la colonia Roma. Guillermo Tovar de Teresa, quien a sus 27 años está considerado como la máxima autoridad en materia de arte colonial mexicano, nació en Jalapa 78 y pasó largo tiempo exiliado en la Polanco; el año pasado regresó a la Roma, restauró una casa de la calle Colima erigida en 1913 por el arquitecto José G. de la Lama (constructor de centenares de residencias en el rumbo e introductor de la novedad de poner la cochera con entrada directa de la calle, junto a la puerta principal), la decoró como para ser habitada por Lord Byron y ahora jura que ya no se mudará a ninguna otra parte mientras viva.
–Volver a la Roma ha sido para mí una forma de reintegrarme a mi realidad, como una especie de afirmación de mi identidad –dice.
A pesar de su juventud, Tovar de Teresa también se deshace en añoranzas de la Roma: se recuerda a sí mismo espiando a través de las rejas hacia el jardín de la casa vecina a la suya –una bella obra de Manuel González Rul, construida en 1926 y demolida en 1968–, donde veía a un individuo con cara de rufián que arrastraba a su mujer por los cabellos cuando se enojaba.
Tovar de Teresa también fue testigo de la religiosidad que imperaba en la colonia Roma. Durante las sombrías misas de la Sagrada Familia, en Puebla y Orizaba, él mismo se hizo muchas veces el propósito de convertirse en sacerdote, y como todos los vecinos recibió cada domingo orientación sobre las películas que estaba permitido o prohibido ver: aquellas en las que aparecía Mapy Cortés mostrando las piernas, por ejemplo, solían ser clasificadas “C”, sólo para adultos, y otras como Cuando se bañan las damas, en las que salían mujeres completamente desnudas, obtenían la clasificación “D2”, pecado supermortal.
Beatniks y otros. Además, la Roma fue, junto con San Francisco y Nueva York, la cuna de los beatniks, los antecesores de los hippies. El novelista Jack Kerouac, sumo sacerdote de los beatniks y primero en reconocer en letras de molde su afición por la marihuana, escribió buena parte de su obra en diversos apartamientos de la colonia, y por las noches solía instalarse en una mesa del restaurante Kuku (Coahuila e Insurgentes), a escuchar a Elías Breskin (padre de Olga) tocar el violín. Kerouac y cientos de veteranos de la guerra de Corea dieron por establecerse en la Roma y su estilo de vida dio origen a la filosofía beatnik.
Algunos de estos vivieron en la casa de huéspedes de doña Julieta Bastard, que ha funcionado en Campeche, en Guanajuato y en otras calles de la Roma. Famosa, por su paciencia con los que no alcanzan a pagar su mensualidad, doña Julieta también ha tenido huéspedes como el pintor David Alfaro Siqueiros; el director de Siempre!, José Pagés Llergo; el escritor Fernando Benítez; Satish Gujral, considerado ahora como el pintor más prominente de su India natal; el pintor canadiense Arnold Belkin; la crítica de arte Raquel Tibol; el escritor Mauricio González de la Garza; la ex diputada Macrina Rabadán, etc.
Por la Roma han pasado toda clase de políticos encumbrados, artistas, hombres de negocios, inmigrantes extranjeros, etc. Casi todos los que han conservado o acrecentado su fortuna ya se fueron a otros sectores, principalmente a El Pedregal. Más y más, la colonia Roma deberá ir haciéndose el refugio de quienes desean permanecer en contacto con el ambiente urbano y rechazan el aislamiento de las colonias de la periferia.
También de aquellas personas convencidas de que resulta más agradable vivir en una casa vieja que en un condominio nuevo. El arquitecto Juan Urquiaga, funcionario del INBA, encontró que la Roma conserva aún 54 edificios de valor monumental, 633 de valor de calidad y 323 de valor ambiental. Total, 1,010 edificios en los que se puede vivir magníficamente.
Los Bravos. Augusto Sierra, hijo de un famoso político de los años 30 (el coronel Bolívar Sierra), publicó en 1960 un libro-confesión titulado La colonia Roma, en el que relata cómo se vivía allí en el periodo en que comenzaba a acentuarse la declinación del sector. Sierra tuvo su domicilio primero en la calle de Chiapas y luego en la de Bajío. Entre sus vecinos, dice, estaban Cantinflas, el Loco Valdez y las hermanas Águila, integrantes estas últimas de un célebre dueto musical. Sierra describió así la vida de sus padres y los padres de sus amigos: “Ellas, tés canasta; ellos, jugando al tapadismo y descuidando a los hijos”.
En el extremo sur de la colonia, donde ahora está el viaducto Miguel Alemán, había un riacho inmundo y del otro lado barriadas de tugurios llenos de pandilleros que incursionaban a la Roma para robar “a los catrines”. Sierra afirma haber organizado un cuerpo de “juniors” decididos a terminar con la amenaza. Según cuenta, entre todos fabricaron 20 bombas Molotov y 2 bazucas caseras, y en una batalla fueron achicharrados 2 elementos de los del otro lado del riacho.
–La policía no hizo nada porque la mayor parte de nosotros estaba bien vinculada a las esferas sociales –escribe Sierra–. En mi grupo había 2 hijos de un ministro, un sobrino del presidente, otro vinculado a un gobernador, a un senador y a un diputado. Por 50 pesos obteníamos la libertad.
Los juniors también se divertían, según Sierra, cometiendo asaltos a mano armada en residencias de las Lomas de Chapultepec, emborrachándose y consumiendo o traficando con drogas. A veces perdían sumas considerables en el juego, y para ocultarlas tenían que vender literalmente hasta la camisa. Un peluquero del rumbo, Marcelo Guerrero Rocha, solía comprar las prendas de los juniors, pero se las regresaba si traían el dinero de vuelta en un plazo determinado. A menudo le empeñaban smokings, y cuando el peluquero se vio con una cantidad excesiva de estas prendas dio con la idea de alquilar ropa de etiqueta. Así surgió la Casa de Marcelo, la más famosa en su ramo del D.F., ahora atendida por los hijos de Guerrero.
Cuevario. En los años 40 el reducto preferido de la juventud de la Roma era el Swing club, de la calle de Coahuila, un salón de baile que degeneró en antro de tercera. “Dirijo los ojos a la barra; ahí encuentro a Durazo, el Chivo y veinte más”, escribió Sierra. También el sociólogo Alberto Cuevas –un cincuentón canoso, hermano del pintor José Luis Cuevas–, recuerda a Arturo Durazo Moreno como un valentón con más fama que méritos. Los hermanos Cuevas conocieron a un joven de la Roma que un día durmió de un puñetazo al “Negro”: Mario Rosas Ochoa, en la actualidad un apacible asesor de industrias.
–Tenía yo como 15 años de edad –cuenta Rosas–, cuando formé con un grupo de amigos el Kalowa, un equipo de futbol americano de tercera fuerza. Entrenábamos en Manzanillo y Bajío, atrás de donde estuvo el Estadio Nacional. Un día Durazo les echó brava a los “Toloques”, 2 hermanos que formaban parte de mi grupo. Yo salí a defender a los amigos, y al primer golpe derribé al famoso Negro. Tras el incidente Durazo me tomó respeto y dejó de bravear, al grado de que lo acepté como half back en el Kalowa.
Hacerse respetar era fundamental en la Roma y los medios para conseguirlo dependían de la imaginación de cada quien. José Luis Cuevas se metió un día, a los 11 años de edad, a un prostíbulo, y consiguió que las pupilas lo dejaran esconderse ahí durante un par de horas; tras esto salió muy ufano y convenció a sus compañeros de que había tomado parte en una orgía babilónica. Desde entonces fue respetado.
Por su parte el ahora sicólogo Cuevas abandonó el colegio inglés al que asistía para pasarse a la popular escuela “Benito Juárez” (donde estudiaron José López Portillo, Luis Echeverría y el célebre Durazo) a fin de aprender tatacha fu, un prestigioso dialecto escolar derivado del caló gitano (las manos, por ejemplo, se llamaban baisas).
Babosas, jarabe y puñaladas. De entre sus condiscípulos más destacados, Alberto Cuevas recuerda a un Mario Bernardini, niño al que nunca le faltaban cigarros, una rata amarrada por el rabo y algún cucurucho lleno de babosas que metía por el escote de sus desprevenidas compañeras de escuela.
–Un día Bernardini le echó babosas a Margarita Piñeiro, que fue mi primer gran amor –recuerda Cuevas–; yo lo reté y él me sacó una navaja; entonces yo fui a mi casa, tomé una vieja pistola y a balazos en el piso lo obligué a bailar el jarabe tapatío.
Pero ni aun los niños más bravíos de la Roma osaban aventurarse por las inmediaciones de la plaza Romita, donde hay una iglesia que data del siglo XVI (el único edificio colonial que queda en el rumbo) y donde, según las nanas, tenían su guarida los robachicos y hombres del costal.
Los vecinos de la Romita, que todavía sacan sus mecedoras a la banqueta para gozar del fresco al caer el sol, se indignan cuando se les recuerda la negra fama de su rincón; pero hasta el párroco de la iglesia, Alfonso Aresti Liguori, un sesentón que combina su actividad sacerdotal con la de colaborador de Excélsior, reconoce que su templo suele recibir con frecuencia a fieles más pecadores, o más desdichados, que los de otros rumbos.
–A este sitio lo llamaban en otros tiempos la plaza de los barriles –cuenta–, porque decían que era necesario traer uno para protegerse de las puñaladas.
Según Aresti, entre sus feligreses se contó por un tiempo el famoso “Manos de seda”, el carterista que alcanzó el estrellato un día que, con excusa de ponerle un sombrero de charro, en señal de bienvenida, le robó la cartera al presidente norteamericano Harry Truman.
Nada, pero nada. La lista de celebridades que han vivido en la Roma incluye desde poetas como Ramón López Velarde y José Emilio Pacheco hasta futbolistas como “Bombero” García Vélez, “Bailarina” Herrera y “Sardina” López; y artistas del nivel del director de orquesta Enrique Bátiz, que pasó su infancia en Álvaro Obregón 212.
Rosa Galindo, una rubia alta, guapa y soltera, hija del productor cinematográfico Alejandro Galindo, vive desde hace 13 años en un condominio de la calle Zacatecas y es presidenta de la Asociación de Residentes de la Colonia Roma Norte. Tiene grandes ideas para el mejoramiento urbanístico de la Roma: rehacer el alcantarillado, que tiene 80 años de abandono; lograr que se aplique el reglamento sobre actividad comercial en zonas residenciales; luchar porque sean clausurados 4 cabaretuchos y una veintena de hoteles de paso que funcionan en la colonia; procurar que sean desalojadas las prostitutas que han establecido su cuartel general en las calles de Campeche, Chiapas y Álvaro Obregón, etc., etc.
Naturalmente, aparte de cobrar impuestos, las autoridades “no han hecho nada, pero lo que se dice nada”, según Rosa Galindo. Ni lo harán. La única esperanza de la Roma es que se instalen en ella más vecinos interesados en recuperar el ambiente urbano, como el historiador Tovar de Teresa, y que entre todos encuentren la forma de revitalizar su barrio.
*Tomado de la revista “Contenido”.
No. 256, Mes de Septiembre de 1984.
Ventaneando, Miércoles 16 de Julio de 2025.