Periodista.
Este 4 de Abril hará Medio Siglo de su Asesinato
15 minutos, el 28 de agosto de 1963, las palabras de Martin Luther King cambiaron la historia: Exigía que sus hijos vivieran en un país donde no fueran juzgados por su color.
UN día después de la Marcha de Washington, a la que asistieron más de 250 mil personas, intervinieron líderes de derechos civiles y se escuchó el canto de Joan Baez y Bob Dylan; el periodista James Reston concluía así su crónica para ‘The New York Times’: “Pasará mucho tiempo antes de que Washington olvide la voz melancólica y melodiosa del reverendo Martin Luther King, proclamando sus sueños a la multitud”.
Tenía razón. Ha pasado medio siglo y el mundo no recuerda qué cantó el casi adolescente Bob Dylan o si participaron otros oradores ese 28 de agosto de 1963, cuando tuvo lugar la mayor manifestación jamás vista en Estados Unidos. Lo que todos recordamos es a un pastor bautista treintañero, proclamando a la nación su sueño de libertad. Y el país no olvidó. “Yo tengo un sueño” fue declarado por los estadounidenses, a finales de 1999, como el discurso más importante de su historia.
Vida, felicidad, libertad
El discurso en Washington es homenaje al que, 100 años antes, pronunció Abraham Lincoln en el campo de batalla de Gettysburg, dedicado a los soldados que lucharon por defender su sueño: La abolición de la esclavitud. Porque de eso se trató la lucha de Luther King y Lincoln, de defender un sueño justo, aún a riesgo de jugarse la vida. Y ambos la perdieron por ello.
El sueño del presidente republicano fue el mismo del reverendo afroamericano y el mismo que dejaron los padres fundadores en la Declaración de Independencia de EU. Dice así: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dicha verdades: Que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; y que estos son la vida, la felicidad y la búsqueda de la libertad”.
Puede ser que para los padres fundadores, entre ellos los firmantes Thomas Jefferson, George Washington y Benjamín Flanklin, estas fuesen verdades fundamentales, pero hasta ese 4 de julio de 1776 a nadie se le había ocurrido dejarlas por escrito en el preámbulo de una Declaración de Independencia, y desde luego a muy pocos de los colonos blancos que acababan de liberarse de Inglaterra les pasó por la cabeza cumplir eso de que “todos los hombres son creados iguales”.
Y así fue, violando sistemáticamente el principio fundacional de la nación, como la esclavitud echó raíces en EU. Tan profundas que costó una guerra civil tratar de arrancarlas, y cuando Lincoln finalmente lo logró, a sangre y fuego, resumió el drama vivido por su nación en el breve, pero inolvidable discurso que pronunció el 19 de noviembre de 1863, y que comenzaba así: “Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales”.
Precisamente allí, en Gettysburg, en un campo de batalla convertido en cementerio, pidió a sus compatriotas que no olvidaran nunca que “estos muertos no dieron su vida en vano” y que “esta nación tendrá un nuevo nacimiento de libertad”. Y sus compatriotas olvidaron.
Bajo el terror del KKK
Lincoln ganó la guerra en 1865 y acabó con el intento de secesión, pero no logró eliminar el racismo. Muchos despreciaron el sacrificio de esos soldados y la causa por la que Lincoln dio la vida, aprobando, entre 1876 y 1965, leyes de segregación racial en los estados del sur que permitieron que actuaran, con impunidad, sectas terroristas como el Ku Klux Klan.
En este ambiente de apartheid nació y se crió Michael King, el hijo de un reverendo de Georgia que, tras viajar a Europa en 1934, decidió rebautizar a su hijo (y a él mismo) con el nombre y el apellido del religioso medieval que se atrevió a protestar contra el poder de Roma, Martin Luther (Lutero, en español). Con su nuevo nombre, Martin Luther King pareció haberse impregnado también de ese espíritu de rebeldía que triunfó cuatro siglos antes en media Europa y que llegó al Nuevo Mundo con el desembarco de los puritanos ingleses del “Mayflower”, en 1620.
La forja de un rebelde
Esa batalla religiosa por la libertad que emprendió Lutero fue la que inspiró la lucha de King. El fraile alemán no fue su única fuente de inspiración, el reverendo de Atlanta leyó al filósofo y escritor estadounidense Henry David Thoreau, quien más de un siglo antes, en 1849, escribió “La desobediencia civil”, basada en su propia experiencia al negarse a pagar impuestos para sufragar la guerra de EU contra México, y en protesta contra la esclavitud, motivos por los que acabó en la cárcel.
“Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquiera, el hogar de un hombre honrado es la cárcel”, escribió Thoreau. Sin duda, citas como esta inspiraron a Luther King cuando escribió “Carta desde la cárcel de Birmingham”, el 13 de abril de 1963, su testamento político. Años antes que el joven King, alguien más leyó a Thoreau en el otro extremo del mundo: Mahatma Gandhi.
Gandhi desafió al imperio británico de la India mediante la desobediencia civil y la no violencia, con actos que causaron un gran impacto, como la Marcha de la Sal de 1930. Acompañado por miles de compatriotas que se sumaron a la protesta, caminó 300 kilómetros hasta llegar al mar y recoger allí, con sus manos, agua. Fue un gesto cargado de simbolismo para mostrar a los colonizadores británicos que la sal –cuyo monopolio controlaba Londres–, y el subcontinente indio, con todas sus riquezas, no les pertenecía a ellos, sino al pueblo que tenían semiesclavizado.
Si Gandhi, pensó Luther King, con su aspecto frágil y enfermizo, su pacifismo militante, logró expulsar de la India al entonces mayor imperio y ejército del mundo, ¿por qué no congregar en EU a los que luchan pacíficamente por abolir la segregación de los afroamericanos? ¿Por qué no organizar la mayor marcha pacifista que se haya visto nunca en la capital?
Así nació la Marcha de Washington, como una gigantesca demostración cívica par avergonzar a las autoridades de ese nuevo imperio americano, que en pleno siglo XX seguía tolerando que millones de estadounidenes fueran considerados ciudadanos de segunda categoría. Pero no era suficiente marchar, había que levantar la voz para que se enterara toda la nación y había que hacerse oir ante el mejor escenario posible: A los pies de la majestuosa estatua de Lincoln, en el National Mall.
Luther King tenía 34 años y había dado cientos de discursos; sabía que ese 28 de agosto de 1963 debía dar la declaración más importante de su vida. Sabía que una nación entera lo estaba escuchando y quería que sus palabras cambiaran el rumbo de la historia.
“El negro más peligroso”
Si la fuerza de Lincoln fue, muy a su pesar, el poder de las armas, y la fuerza de Gandhi fueron sus huelgas de hambre y su silencio, la de Luther King fue la fuerza de la palabra, esa que el activista negro Malcom X –calificó de “picnic” la Marcha de Washington–, despreció por su falta de radicalismo.
La palabra del joven reverendo fue la que asustó al FBI de tal manera que pasó a ser considerado “enemigo de Estados Unidos”. Un día después del discurso de King, William Sullivan, jefe del Programa de Contraterrorismo, escribió el siguiente memorándum: “Con su discurso poderoso y demagogo de ayer, King sobresale por encima de todos los líderes negros que buscan influenciar a las masas de negros. Estamos obligados a considerarlo a partir de ahora, si no lo hemos hecho antes, como el negro más peligroso para el futuro de esta nación, desde el punto de vista de la seguridad nacional, del combate al comunismo y de la revuelta de los negros”.
¿Qué inquietó al FBI para que considerara a King como un peligro para la seguridad nacional? La respuesta hay que buscarla, como dijo Sullivan, en esos 15 minutos de discurso que arrancan recordando, como hizo también Lincoln en su discurso, que Estados Unidos sigue sin cumplir la promesa de libertad e igualdad que los padres fundadores dejaron por escrito; y que culmina con la certeza de que esa promesa, que es su sueño, se va a hacer realidad y tendrá sentido, dijo, ese viejo canto espiritual que aprendían los esclavos de padres a hijos: “¡Libres al fin, libres al fin. Gracias Dios Todopoderoso, somos libres al fin!”.
Retórica con valor
“Yo tengo un sueño” pasó a la historia como pieza maestra de la retórica universal. No sólo entusiasmó a la mayoría de la población negra, que se decantó en masa por la cruzada pacifista del reverendo, antes que por el activismo violento que promovía Malcom X, sino que convenció a los que verdaderamente podían acabar con esta injusticia: Los congresistas del Capitolio y el presidente de la nación, John F. Kennedy.
El mandatario demócrata nunca llegó a ver cumplido el compromiso que adquirió con Luther King. En ese intenso y turbulento 1963, un último acontecimiento dejó traumatizada a toda la nación: El asesinato del presidente, en Dallas, el 22 de noviembre. Fue su sucesor, Lyndon B. Johnson, quien firmó, el 2 de julio de 1964, la Declaración de Derechos Civiles, que prohibía en todo el país cualquier tipo de segregación.
Tres meses despuès, Luther King fue condecorado con el Premio Nobel de la Paz, lo que no lo distrajo de sus siguientes cuatro objetivos: Presionar para que Johnson firmara en 1965 la Ley de Derecho al Voto, que abrió las urnas a los negros; condenar la guerra de Vietnam; denunciar la “alianza de Estados Unidos con los terratenientes de Latinoamérica”, y su última cruzada: Apoyar la “campaña de los pobres”.
El 4 de abril de 1968, durante una protesta para que los basureros negros de Memphis, Tennessee, cobraran como los blancos, King fue asesinado por el supremacista blanco James Earl Ray. Tenía 39 años, aunque después de 13 años de lucha, agresiones, cuatro encarcelamientos y cientos de discursos en público, su corazón era el de un hombre de 60, según reveló la autopsia.
El asesinato del líder de los derechos civiles no acabó con su sueño, al contrario. Millones de afroamericanos y activistas blancos lo adoptaron como un himno que no cesaron de cantar hasta presenciar que su sacrificio había valido la pena, con la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de noviembre de 2008.
* Tomado de la revista
“QUO Siglo XX”.
15 de Mayo de 2013.
Ventaneando, Lunes 2 de Abril de 2018.