EL domingo 21 de diciembre de 1997, el ‘Chicago Tribune’ desplegó en primera plana, como artículo principal, un reportaje de Paul Salopek sobre el propuesto desarrollo turístico del Cañón del Cobre en Chihuahua, intitulado “Trouble in Mexico’s Shangri-La”.
La tesis central de Salopek es el planteamiento del conflicto que ha surgido entre la necesidad económica de México de promover el desarrollo turístico del Cañón del Cobre para obtener divisas, en este momento esenciales, por más de 385 millones de dólares al año, gracias a unos 500 mil turistas que lo visitarían en el mismo lapso de tiempo, y la decisión del gobierno de la República y de los grupos defensores de los derechos humanos de proteger a los indígenas tarahumaras del efecto devastador que podría tener sobre su cultura la intromisión en su hábitat y en sus lugares sagrados de los chabochis o “gente velluda”, como llaman ellos a los extraños.
El reportaje está escrito desde Pino Gordo, un poblado al norte del Cañón del Cobre y al noroeste de la ciudad de Chihuahua. Salopek comienza entrevistando brevemente al indígena Agustín Ramos, cuya tosca cabaña montada en los despeñaderos de la Sierra Madre, en un vallecito atravesado por un arroyo cristalino que refleja el perfil de las montañas azul-verdosas como las de Colorado o la Columbia Británica, tiene una vista panorámica que vale millones de dólares. y de los naranjos.
el aroma de los pinos se reemplaza gradualmente por el perfume de las orque Colorado o la Columbia Brit
Los bosques de esta región, añade el escritor, sobrepasan a muchas selvas tropicales en diversidad y los papagayos se lanzan por el aire chillándole a su propia sombra. Pasando una cresta que bordea el vallecillo de Ramos, se encuentra un abismo más profundo que el Gran Cañón de Arizona, en el cual el aroma de los pinos se reemplaza gradualmente por el perfume de las orquídeas y de los naranjos.
–Esta tierra –dice Ramos–, es el regalo de Onuruame. No podemos renunciar a ella, ni podemos venderla. Tampoco podemos cambiarla por radios o camionetas pick-up.
Onuruame es el Dios de esta aislada tribu de campesinos de subsistencia, los tarahumaras. No pueden vender su tierra, pero quizá pueden compartirla con medio millón de turistas al año que dejarían una inmensa derrama de recursos, piensa el gobierno de México.
Ante la saturación de los centros turísticos de playa y el deseo de aprovechar la popularidad creciente de los viajes de aventura, México está lanzando su proyecto más grande en muchos años, en el escarpado corazón de la Sierra Madre Occidental, un yermo virgen pleno de tesoros que los antropólogos y ambientalistas llaman “el último Shangri-La del país”, situado sólo a 300 kilómetros del límite con Estados Unidos. Quien esté interesado en la cultura puede recorrer las chozas y cultivos de los neolíticos tarahumaras durante el día y analizar sus notas en los desarrollos turísticos de lujo por la noche.
–Este proyecto no es comparable con Cancún, pero sí con el Parque Nacional del Gran Cañón de Arizona–, afirma Alejandra Villalobos, la coordinadora del proyecto en el Departamento de Turismo de Chihuahua. Y añade:
–Queremos hacer esto tan apropiadamente y de tan reducido impacto como sea posible, e incluir a los tarahumaras en todas las decisiones importantes.
Pero han sido excluidos sólo de una: La posibilidad de decir: “no, gracias”.
Desde los tiempos de la conquista española los 65,000 miembros de la tribu tarahumara han esquivado los avances de los colonizadores mexicanos, los mineros, los cultivadores de droga, y las compañías madereras simplemente retrayéndose más y más dentro del laberinto de los profundos abismos y las mesetas cubiertas de pinos.
El escudo de esta peculiar geografía ha preservado tanto el tesoro biológico –los bosques locales exhiben hasta 400 variedades de roble solamente–, así como una apacible forma de vida precolombina que valora la armonía con la naturaleza por encima de todo.
Desperdigados en innumerables solares familiares, los tarahumaras todavía trabajan sus tierras manualmente, bailando y ofreciendo sacrificios de chicha de maíz para asegurar las cosechas. Las mujeres, cubiertas con faldones que llegan hasta los tobillos, tejen intrincadas canastas de agujas de pino. Los hombres, endurecidos por el terreno alto que desarrolla el pulmón, son legendarios corredores de larga distancia superando los 70 kilómetros en una sola jornada. Ambos sexos son famosos por responder, cuando un extraño los interroga, exactamente lo que piensan que su interrogador desea oír para evitar cualquier conflicto.
–La pasividad es su defensa contra el mundo exterior. Decirle a los blancos, sí, sí, y luego no hacer nada con la esperanza de que después de un rato se aburran y se alejen, –afirma Francisco Cardenal, un trabajador social que ha vivido con ellos por 14 años. Y añade:
–Hoy esa estrategia está fallando.
Un caso que reafirma este punto es el gran proyecto de explotación maderera que el Banco Mundial apoyó hace cinco años. Los tarahumaras no expresaron una sola queja. Los grupos ambientalistas internacionales sí, y el proyecto murió.
Algo similar es muy difícil que ocurra con el desarrollo del Cañón del Cobre porque los defensores de los tarahumaras están de acuerdo en que el ecoturismo de bajo impacto es la única forma de proteger el estilo de vida de más de 6 mil años de antigüedad de la tribu. Pero una controversia se ha generado alrededor de las dimensiones del proyecto.
Eric Urizar, representante de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos de Chihuahua afirma:
–El gobierno dice que estamos contra el progreso, que queremos mantener a los indios en un museo, pero tal cosa no es cierta. Sólo decimos que construir hoteles de cinco estrellas y carreteras pavimentadas no es de bajo impacto, que se debe consultar a la gente antes de construir un aeropuerto en su patio trasero.
Según el Plan Maestro del Cañón del Cobre el costo total del proyecto será de 380 millones de dólares, de los cuales 190, es decir, la mitad se invertirán en los próximos cinco años para mejorar la infraestructura. Luego se construirán unas 5 mil habitaciones de hotel, 500 campamentos y 1,500 espacio para tráiler en el corazón de la tierra indígena. Unos 20 millones se han invertido ya con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo.
Las consecuencias inmediatas sobre los indígenas son ya visibles. El dinero fácil de las giras turísticas en autobús y de los boletos para acceder a los festivales indígenas ha alimentado feudos sin precedente entre algunas comunidades. Otras exhiben tableros, como menú de restaurante, ofreciendo cada actividad concebible en tierra tribal: entrada, un dólar; picnics, dos dólares; montar a caballo, seis dólares, etc.
–Es lo que ocurre cuando se comercializa una cultura: comienza a desintegrarse. Hemos tomado sus árboles, sus tierras, su oro, y ahora queremos lo último que les queda, su dignidad, –afirma el presbítero Gabriel Parga, párroco de Norogachi, un pueblito tarahumara a tres horas de cualquier carretera pavimentada.
Los ancianos de Norogachi, que no tienen idea de lo que es el Plan Maestro del Cañón del Cobre, creen tener la perfecta solución tarahumara:
–Sí queremos un hotel aquí, pero sin chabochis, –afirma el anciano indígena Merino González.
A estos argumentos Alejandra Villalobos, la planificadora del proyecto, replica así:
–No queremos convertir a los tarahumaras en una tribu de meseros. Les daremos entrenamiento para que puedan dirigir sus propias empresas. Pero si quieren continuar plantando su maíz en su terrenito toda su vida, está bien, respetamos su decisión.
* Tomado de “Revista de Revistas”.
No. 4461, Febrero de 1998.
Ventaneando, Lunes 27 de Marzo de 2023.